La presa del Pontón de la Oliva: la primera gota de un Madrid de agua
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En 1848, no hace tanto pero sí ha llovido, en Madrid solamente tenían agua en sus hogares los más pudientes. El resto de las poco más de 200.000 personas que vivían en la ciudad dependían de las 54 fuentes de las que brotaba el agua que 920 aguadores distribuían.
Esa agua provenía de acuíferos subterráneos, el Manzanares dejó de ser una opción mucho antes, y esas bolsas de agua se dirigían a las fuentes mediante canalizaciones denominadas “viajes de agua”. Y eran largos viajes de hasta 14 kilómetros bajo la ciudad.
El número de habitantes crecía sin cesar y aunque desde el siglo XVIII se era consciente del problema de la capital y de la necesidad de hacer algo al respecto, no fue hasta ese momento que empezaron a tomar cartas en el asunto.
El ministro Juan Bravo Murillo nombró a los ingenieros Juan Rafo y Juan de Ribera para que dieran con una solución para garantizar el suministro de agua a Madrid. Eligieron acercar las aguas del río Lozoya, según ellos, el que reunía las mejores condiciones.
Se aprobó la propuesta en junio de 1851, convirtiéndose en el nacimiento de Canal de Isabel II.
Pero, ¿cómo se hace una obra de ese calibre a mediados de 1800? Con ayuda y apoyo social. El Gobierno de la época llegó a pedir colaboración económica a la ciudadanía a cambio de dividendos. Sin demora y con el apoyo de la Reina Isabel II, en julio de 1851, José García Otero fue nombrado director del proyecto y de su construcción y se rodeó de los mejores ingenieros de caminos del momento, entre ellos Lucio del Valle, el propio Juan de Ribera o Eugenio Barrón.
27 metros de presa py 70 kilómetros de canalización para llevar agua a Madrid
Un proyecto pionero para la época como este, necesitaba además, de 70 kilómetros de canalización y un gran depósito en la ciudad para conseguir seis veces la capacidad de la requerida para el abastecimiento de la ciudad.
La presa del Pontón de la Oliva era el elemento clave de esta obra y el 11 de agosto de 1851, el esposo de la Reina Isabel II, Francisco de Asís, colocó la primera piedra de la misma.
Miles de trabajadores construyeron la presa durante varios años en durísimas condiciones y con una escasa maquinaria a su disposición. Se trataba de presidiarios que alojaban en las cercanías de la presa para que se dedicaran en exclusiva a su construcción. Por extraño que nos parezca, era algo habitual en aquel momento.
También se instalaron cerca, en Torrelaguna, algunos de los ingenieros del proyecto para dirigir las operaciones, pero las comunicaciones tampoco eran las de hoy en día, por lo que idearon la “telegrafía alada”, es decir, usaban palomas mensajeras para comunicarse con los distintos tramos del canal.
Construir en aquella época no era fácil y a ello se le sumaron serios obstáculos impredecibles como riadas, inundaciones e incluso una epidemia de cólera entre los trabajadores. Y contrariedades mayores previsibles como falta de fondos o problemas políticos que retrasaron los trabajos. Pero uno de los problemas más importantes fueron las filtraciones que se producían por una de las laderas del embalse, ya que el lecho no era tan impermeable como esperaban. Esto resultó en peculiares y urgentes soluciones como arrojar 20.000 sacos de arcilla para intentar sellar los escapes.
Pero siempre llueve sobre mojado, el canal que comunicaría la presa con la ciudad supuso un reto de ingeniería para los constructores, que para salvar los desniveles y conseguir que el agua fluyera, construyeron 4 sifones y 29 acueductos.
Ya en 1856, tan solo 5 años después de la primera piedra, se empezó a trabajar para distribuir el agua por la ciudad mientras se creaba el primer alcantarillado de Madrid.
¡Agua va!
Esa era la frase que se utilizaba para avisar de que ibas a lanzar las aguas sucias por la ventana, y que pasaría a la historia. Y sirve para enunciar lo que sucedió el 24 de junio de 1858: el agua del Lozoya llega a Madrid.
Durante la inauguración, a la que asistió la reina Isabel II, surgió por un surtidor en la calle San Bernardo un potente chorro de agua, tanto que algunos de los presentes lo describieron como “un río puesto en pie”.
Y el agua se fue para volver y no irse más
Las grietas del Pontón de la Oliva acechaban durante la inauguración como si de una película de desastres se tratara. Y siguieron apareciendo y se siguieron tapando, pero ya en 1859 y ante una perspectiva de un verano especialmente duro, los temores de desabastecimiento obligaron a la creatividad de los ingenieros que derivaron el río Guadalix hacia el canal recién construido y, al poco tiempo, se realizó un baipás del embalse del propio río Lozoya mientras se seguía parcheando.
Pero el momento de dar por perdida la batalla llegó y se construyó una nueva presa aguas arriba, la de El Villar que aún se mantiene en servicio.
Canal de Isabel II, hacia el futuro verde de Madrid
Hace 170 años, igual que hoy en día, el espíritu de Canal se sustenta en la innovación. La empresa pública dependiente de la Comunidad de Madrid ahora abastece a los más de 6 millones y medio de habitantes y opera el Ciclo Integral del Agua mirando hacia el futuro con la sostenibilidad en el horizonte.
La empresa ha ido adaptándose a los tiempos y enfrentando los retos con énfasis y decisión, ayer igual que hoy.
Ahora asume los retos de lograr una región más sostenible alineada con los Objetivos de Desarrollo Sostenible y tomando como referencia el compromiso ambiental.
En el momento de la circularidad, la gestión del agua no es estanca, pasa también por la búsqueda de la eficiencia energética y la energía verde, para lo que el Canal construirá una planta pionera en España de generación de hidrógeno verde que será la primera en utilizar energía renovable y agua depurada como fuente de generación del hidrógeno gracias a una inversión de más de 24 millones.
Pero los 170 años de innovación y competitividad en el sector no acaban ahí, el Canal cuenta con el Plan Solar, que consistirá en instalaciones fotovoltaicas para autoconsumo eléctrico al que destinarán 33 millones de euros y conllevará la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero.
La calidad, sostenibilidad e innovación están grabadas en aquella primera piedra de la presa del Pontón de la Oliva y es la forma en la que continúa mirando al futuro. Enfrentando las grietas que sean necesarias, como el cambio climático, con toda la tecnología y los recursos del momento para llevar el agua a todos los madrileños.