¿Podemos hablar ya de sequía en España?
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Por Dominic Royé, Universidade de Santiago de Compostela; Javier Martín Vide, Universitat de Barcelona; Jorge Olcina Cantos, Universidad de Alicante y Robert Monjo, Universidad Complutense de Madrid
La sequía es un riesgo silencioso pero constante. Se desarrolla lentamente y, sin que apenas nos demos cuenta, la falta de lluvia va vaciando los embalses y restando humedad en el suelo.
Un ciclo seco se inicia y evoluciona de la siguiente manera:
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primero faltan las lluvias (sequía meteorológica) y se registran valores elevados de evapotranspiración por la falta de cobertura nubosa, impactando sobre el medio ambiente (sequía ecológica), con embalses bajo mínimos (sequía hidrológica);
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luego, la agricultura de secano empieza a padecer sus efectos;
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a continuación, falta agua para los regadíos (sequía agrícola) y para la producción hidroeléctrica;
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finalmente, si se mantiene el déficit pluviométrico, la sequía llega a las ciudades con restricciones de agua (con sequía socioeconómica).
En resumen, las sequías, a diferencia de los terremotos, presentan una frecuencia elevada (así es en el caso de España), una duración prolongada (de varios meses o incluso años), una extensión espacial considerable y una velocidad de implantación lenta, entre otras características físicas.
Tipos de sequías
La implantación de la sequía, además de lenta, es muy discreta. Es muy difícil determinar cuándo empieza exactamente una sequía. Su inicio está difuminado o fragmentado en una sucesión de diferentes episodios secos que alternan con episodios más o menos lluviosos.
En términos espaciales, debemos recordar que este fenómeno es muy variable en España e impide hablar de un solo tipo de sequía. Al menos se pueden distinguir cuatro tipos de sequía en nuestro país, en función del área geográfica afectada:
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sequías cantábricas, muy poco frecuentes;
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sequías surestinas, las más habituales;
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sequías en Cataluña, cortas pero intensas;
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y sequías ibéricas, que afectan a la práctica totalidad del país y con una duración prolongada.
La construcción de desaladoras y el fomento de la reutilización de aguas depuradas resultan claves en este proceso. Y estas acciones no han tenido efecto en las regiones del cantábrico ni en el interior peninsular, de manera que están muy expuestas a una secuencia larga de falta de precipitaciones, que tendría graves efectos en la agricultura y ganadería y provocaría un más que probable desabastecimiento en muchos núcleos urbanos.
España debe adaptarse de forma urgente a la realidad del cambio climático y a la posibilidad, más que probable según nos dicen los modelos climáticos, de que estas secuencias secas sean más frecuentes en las próximas décadas. No tenemos bien calculadas las dimensiones de los depósitos de abastecimiento urbano de agua para estas condiciones.
En definitiva, la planificación del agua en nuestro país debe dejar de basarse en la oferta continua, porque las lluvias van a escasear, y debe realizarse desde la correcta gestión de la demanda, con ahorro y con un uso racional, evitando implantar actividades en el territorio que supongan incrementos continuados de consumo de recursos hídricos (nuevos regadíos, promoción inmobiliaria por encima de las necesidades reales de vivienda…).
El cambio climático nos obliga a cambiar nuestra manera de relacionarnos con el medio natural y con sus elementos, especialmente con el agua en nuestro país. Si no lo hacemos, situaciones como las que estamos viviendo tendrán cada vez mayor coste económico, social y político.
Por la duración de una sequía, también podemos distinguir entre un año seco, cuando las precipitaciones suponen menos de un tercio de lo normal durante un año, y una secuencia seca o gran sequía, cuando estas condiciones se prolongan como mínimo dos años seguidos.
Sequías históricas
Actualmente, las islas Canarias están experimentando una sequía prolongada –durante 2019, 2020, parcialmente 2021 y, si no cambia la tendencia actual, 2022–. En la península ibérica, el 2021 supone la extensión de las condiciones de disminución de precipitaciones que han acabado por manifestarse de forma abrupta en las primeras semanas del presente año.
Las últimas sequías importantes en la España peninsular se desarrollaron a comienzos de los años ochenta y en los primeros años noventa del pasado siglo. Generalmente, cuando un año tiene más de 150 días de anticiclón se desarrolla un ciclo seco.
Como ejemplos de sequías destacadas en las últimas décadas, puede citarse la del País Vasco de 1989. En diciembre de ese año, Bilbao, que sufrió restricciones de agua, solo recogió la décima parte del promedio de lluvia del mes. Durante el mismo periodo, el litoral andaluz (Huelva, San Fernando y Cádiz) prácticamente registraba la mitad de sus promedios anuales, lo que dio lugar a inundaciones.
Por el contrario, la gran sequía de 1992 a 1995 en el centro y sur de España, con restricciones de agua muy severas en ciudades como Sevilla y Cádiz, coincidió con cantidades de lluvia normales y hasta superiores a la media en la costa cantábrica.
Ambas sequías pueden relacionarse con la llamada Oscilación del Atlántico Norte (NAO), constituida por el dipolo del anticiclón de las Azores y las bajas presiones de Islandia. En su fase positiva, este fenómeno da lugar a períodos prolongados sin precipitación en buena parte de España, bajo la protección del anticiclón, exceptuando el norte. En su fase negativa, con bajas presiones en el golfo de Cádiz y un anticiclón en la islas Británicas y las latitudes altas del Atlántico norte, la lluvia es generosa en el centro y el suroeste de la península ibérica.
Por último, los años 2005 y 2017 fueron muy secos. Volvieron a rescatar el fantasma de las restricciones urbanas en diferentes localidades de nuestro país.
Un fenómeno cada vez más frecuente y severo
En la península se está observando en todo el territorio una tendencia creciente hacia una mayor aridez, particularmente por un aumento en la duración de los periodos de sequía. Esta situación viene impulsada tanto por la disminución de la precipitación como por el aumento de la evapotranspiración.
Las sequías serán cada vez más frecuentes, más severas, más duraderas y cubrirán más territorio. Esta tendencia podría agravarse en las próximas décadas debido al calentamiento global, de acuerdo con las últimas proyecciones de cambio climático, que vienen a confirmar el balance cada vez más negativo entre precipitaciones y evapotranspiración.
Sequía variable según la región
La situación que vivimos actualmente en España, en su conjunto, puede calificarse de condiciones de prealerta de sequía ibérica, que debe ser controlada semanalmente. Sin olvidar que en regiones como Andalucía, Cataluña, las islas Canarias y Galicia ya se ha disparado la alerta de sequía.
Llevamos casi dos meses de condiciones anticiclónicas, pero todavía no podríamos hablar estrictamente de situación de sequía ibérica. La evolución atmosférica en los próximos meses de marzo a mayo va a resultar determinante para establecer el carácter más o menos seco del presente año hidrológico. Si en la próxima primavera escasearan las lluvias, entonces hablaríamos de un año seco importante, que podría ser el germen de una secuencia seca de larga duración.
Las predicciones estacionales disponibles indican, a una escala espacial no detallada, si las lluvias en los próximos meses será superior, igual o inferior a la normal o la probabilidad de que alcance determinados percentiles. Estos pronósticos señalan que la precipitación será inferior a la normal en gran parte de la península ibérica en el final del invierno y la primavera, con la excepción de su franja más oriental, donde puede ser prácticamente normal.
Además, la temperatura será en todo el territorio superior a la normal, con lo que la escasez hídrica se verá agravada. En resumen, no se entrevé de momento el final de este período seco.
¿Estamos preparados?
Ante estas condiciones, cabe preguntarse si nuestro país está preparado para afrontar un ciclo seco importante, de larga duración. La respuesta es clara: España sigue sin estar preparada para afrontar una gran sequía.
La situación en el interior peninsular y en las regiones del Cantábrico es especialmente delicada. El litoral mediterráneo y los dos archipiélagos están mejor preparados, seguramente porque han padecido los efectos de grandes secuencias secas en décadas pasadas y han arbitrado medidas para evitar el desabastecimiento, al menos el urbano.