¿Qué incidencia tienen los microplásticos sobre el suelo?
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Un equipo de investigación del Instituto de Agricultura Sostenible de Córdoba (IAS-CSIC) ha analizado cómo modifican los microplásticos las propiedades físicas del suelo. En concreto, los expertos establecen que el contacto prolongado de este tipo de residuos con el ecosistema terrestre disminuye su porosidad y compactación, entre otras cualidades que favorecen la biodiversidad del entorno.
Con este conocimiento, los investigadores pueden diseñar experimentos específicos que aporten más información más detallada sobre qué ocurre en el suelo al estar expuesto a estos materiales durante periodos determinados de tiempo.
Investigadores del Instituto de Agricultura Sostenible (IAS-CSIC, Córdoba).
A pesar de la multitud de estudios sobre el impacto de los plásticos, los expertos afirman que el gran reto es analizar sus efectos durante un periodo concreto, a largo plazo y en condiciones reales. “La mayoría de los estudios que hemos analizado se han realizado a escala de laboratorio y se han centrado en la interacción de las lombrices y microorganismos como las bacterias con los plásticos, en vez del impacto de éstos en las propiedades físicas del suelo, como su capacidad de retener agua o su compactación”, comenta a la Fundación Descubre el investigador del IAS-CSIC Ahsan Maqbool.
Salud del suelo
En el artículo "Macro- and -microplastic changes soil physical properties: A systematic review" publicado en Environmental Research Letters, el equipo científico explica que encontraron más de 8.000 artículos de investigación procedentes de bases de datos científicas, relacionados con el impacto del suelo y los microplásticos para hallar las cuestiones que no se están investigando sobre esta temática. De ellos, seleccionaron 16 que recogían 30 experimentos que abordaban el impacto de estos residuos en las propiedades físicas del suelo.
De este modo, confirmaron que existe un consenso en el impacto negativo de los micro y macroplásticos en la salud del suelo, dado que está demostrado que afecta a cuestiones como su capacidad de retener agua, compactación y porosidad. “Son datos relevantes porque la interacción de los plásticos con los ecosistemas terrestres es un campo de estudio joven y este consenso científico supone una base desde la que arrancar nuevas líneas de investigación”, explica Ahsan Maqbool.
Microplástico residual de acolchado plástico en Baza. Foto: Ahsan Maqbool.
En concreto, los científicos se centraron en los documentos relacionados con los micro y macroplásticos, del tamaño de la punta de un cabello y una uña, respectivamente. “Son los que más comúnmente se encuentran en la naturaleza, dado que al degradarse, el material se va fragmentando en pedazos cada vez más pequeños”, explica Ahsan Maqbool.
Para determinar si el suelo estaba sano o no, establecieron cinco parámetros: la cantidad de agua que hay en el suelo disponible para las plantas, lo compacto que es el suelo (es decir, cuánta agua retiene), la porosidad del suelo, esencial para el flujo de gases; el exceso de agua y las fuentes del plástico. Por ejemplo, el procedente de las prácticas agrícolas, el que cae con la lluvia o fragmentos desprendidos de las ruedas de los coches. También comprobaron que los tipos de plásticos más comunes que hay, entre macroplásticos y microplásticos.
Otra cuestión que determinaron es que, de todos los estudios sobre el impacto de los plásticos con las propiedades físicas del suelo, tan sólo 16 estudios contienen experimentos que se han realizado a escala de laboratorio. Por tanto, hay información muy escasa sobre cómo afectan los distintos tipos de plásticos a los ecosistemas.
Pila de residuos plásticos para reciclar y compostar en Almería. Foto: Ahsan Maqbool.
El siguiente paso de los investigadores del equipo SOPLAS es diseñar experimentos que les permita analizar de forma realista el impacto de los plásticos en el suelo en función de su tamaño. Además, quieren determinar de qué manera se degrada el plástico que acaba en acuíferos, ríos y otras masas de agua. Este trabajo ha sido financiado por una beca Marie Curie de la Comisión Europea.