El Mar Menor, un ecosistema singular bajo presión
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Por Angel Pérez-Ruzafa. Catedrático de ecología de la Universidad de Murcia
La resolución de los problemas ambientales requiere de un conocimiento profundo del funcionamiento de la naturaleza, del entorno socioeconómico y del desarrollo de tecnologías para afrontar de forma adecuada los problemas. Esto se alcanza con investigación, reflexión y trabajo.
El Mar Menor es una laguna costera singular. Con sus 136 km2 de superficie y 4,4 m de profundidad media, está entre las mayores lagunas del Mediterráneo y, como las más de 400 que rodean este océano en regresión, se caracteriza por ser somera y tener una comunicación restringida con el mar abierto.
Estas propiedades hacen que las lagunas costeras sean ecosistemas altamente productivos desde el punto de vista biológico, con productos pesqueros similares en todas ellas, como las doradas, lubinas, anguilas, magres o los mújoles y sus huevas.
Las especies se reproducen en el mar abierto, pero colonizan las lagunas como juveniles para crecer en su interior, aprovechando su elevada producción biológica y la inexistencia de grandes depredadores. Por ello, en la mayoría de las lagunas de todo el mundo, y particularmente en el Mediterráneo, se han desarrollado sistemas similares de pesca (encañizadas, bordigues, valli di pesca) que permiten la entrada de juveniles, pero impiden la salida de los adultos en su migración reproductiva.
Asimismo, sostienen también importantes explotaciones salineras que crean un ambiente hipersalino, que incrementa la biodiversidad de especies microbianas y de invertebrados, y favorecen importantes poblaciones de aves acuáticas.
Pero, al contrario que en la gran mayoría de las lagunas costeras, donde la elevada productividad va asociada a aguas turbias como consecuencia de la proliferación de algas microscópicas que constituyen el fitoplancton, el Mar Menor es capaz de mantener aguas transparentes. Esto lo hace especialmente adecuado para el desarrollo de actividades turísticas, de talasoterapia, de baño, deportes náuticos y de ocio en general, lo que ha hecho de esta laguna un motor económico en la Región de Murcia.
Sin embargo, estas mismas características han hecho de él un ecosistema altamente presionado por las actividades humanas desde hace más de 4.000 años, cuando los fenicios iniciaron la actividad minera en las sierras colindantes. La explotación supuso una entrada directa de metales pesados que se mantuvo hasta la primera mitad de la década de 1950.
Si bien la actividad minera cesó, las presiones humanas continuaron con el desarrollo urbano y turístico en las décadas de 1970 y 1980. La construcción de puertos deportivos, el dragado de canales, la invasión de nuevas especies (algunas como el alga Caulerpa prolifera han incrementado la materia orgánica y la anoxia en los sedimentos), y la creación de playas artificiales y espigones, son las muestras más evidentes.
La actividad humana asfixia la laguna
Más que reemplazarse unas a otras, estas actividades han ido superponiéndose y sumando sus impactos. Finalmente, en la década de 1990, con el cambio en el régimen agrícola de secano a regadío. Se inició así un proceso de eutrofización, que se produce por la entrada masiva de agua y nutrientes desde la cuenca de drenaje por vertidos directos de las salmueras producidas por la desalobración –eliminación de la sal de agua del mar–.
Las lagunas costeras son particularmente sensibles a la eutrofización. En numerosos casos, ésta termina convirtiéndose en un fenómeno crónico con crisis distróficas, caracterizadas por presentar fluctuaciones drásticas en la producción primaria, ya sean estacionales o diarias, que producen un fuerte desequilibrio en el balance de oxígeno.
El sistema pasa de estar sobresaturado –durante las fases efímeras de alta producción autótrofa y acumulación de materia orgánica–, a períodos de anoxia –cuando pasa a fases heterotróficas con un alto consumo de oxígeno – que pueden llevar a la muerte masiva de organismos bentónicos y a cambios drásticos en la distribución de las especies.
Los procesos de eutrofización, una vez desencadenados, son difíciles de frenar y más aún de revertir. De hecho, debido a la liberación progresiva de nutrientes producida por la remineralización de la materia orgánica acumulada en el sedimento, el empobrecimiento de las especies y la simplificación de la red trófica, el estado eutrófico puede prolongarse durante mucho tiempo. Incluso si se toman medidas drásticas que corten la entrada de nutrientes desde tierra.
Reequilibrios hasta el colapso
Durante casi 30 años, la complejidad ecológica del Mar Menor y sus mecanismos homeostáticos le han permitido neutralizar dichas presiones y mantener la calidad y transparencia de las aguas.
Las primeras evidencias de la lucha que se estaba manteniendo fueron las proliferaciones de medusas ocurridas durante los meses de verano. Dicha complejidad ecológica y los mecanismos que la estructuran favorecieron también una rápida recuperación de la laguna en 2018, tras una breve reducción en la descarga de agua y nutrientes durante el año anterior. Esto permitió, más adelante, una nueva recuperación tras las DANAS de 2019 (depresión aislada en niveles altos) y el primer fenómeno de anoxia catastrófico que ha vivido el Mar Menor desde que existen datos.
Las actuaciones en los canales de comunicación deben moverse en un equilibrio delicado entre el mantenimiento de los flujos que garantizan la supervivencia del sistema, pero con las suficientes restricciones a los mismos que impidan la pérdida de gradientes y la excesiva homogeneización hidrológica y de las comunidades.
Todos los ecosistemas pueden soportar presiones hasta un límite. Las medidas que lograron la disminución de la descarga de agua y nutrientes en el Mar Menor en 2017 eran meramente coyunturales y basadas en prohibiciones. Son necesarias infraestructuras estables que ayuden a tener control sobre la gestión del agua, porque dichas descargas volvieron en forma más difusa, forzadas por un nivel freático desbordado y sobrealimentado por las sucesivas DANAS.
Infraestructuras, planificación y buenas prácticas
Este verano ha vuelto a desequilibrarse y a sufrir crisis distróficas acentuadas con los periodos de calma y las altas temperaturas que reducen la oxigenación de la columna de agua.
La recuperación del Mar Menor solo será posible si las necesarias regulaciones de los usos en su cuenca van acompañadas de una infraestructura, con los correspondientes límites al crecimiento, códigos de buenas prácticas y la adecuada planificación espacial. Esta debe permitir gestionar el agua bajo el nivel freático, y las plantas de desalobración y desnitrificación reutilizar el agua y evacuar las salmueras sin riesgos ambientales. Por supuesto, sin olvidar la conservación de zonas naturales y la posible creación de filtros verdes artificiales que introduzcan retardos en los flujos de agua y nutrientes.
Algunas de estas infraestructuras deben ser construidas, pero otras muchas ya existen en las zonas de cultivo. Se necesita una red integradora, una planificación adecuada y sistemas de coordinación y control. Solo así podrán hacerse compatibles sectores productivos primarios (como la agricultura y la pesca), con sectores terciarios, como un turismo planificado y basado en la naturaleza, con la integridad ecológica del ecosistema.
En definitiva, en el marco de los llamados crecimiento azul y pacto verde. Pero todo ello requiere también claridad de objetivos, trabajar con los datos y discutirlos buscando soluciones. El juego político o los integrismos ideológicos son un mal camino para logarlo.
Artículo publicado en SINC