La contestación social, la verdadera burbuja del sector del biogás

Los desafíos que enfrenta el sector en España no provienen tanto de una expansión descontrolada, sino de la necesidad de mejorar la comunicación, la transparencia y la gestión de los impactos ambientales
Autor/es
Luis Puchades
Entidad
15-10-2024
Publicado en

En el contexto energético actual, donde la sostenibilidad y la búsqueda de alternativas renovables dominan la agenda mundial, el biogás se ha posicionado como una opción prometedora. Sin embargo, a pesar de su potencial, el sector enfrenta un gran desafío, la percepción pública. Y es precisamente en este ámbito donde ha emergido el concepto de “burbuja del biogás”, un término utilizado para describir un crecimiento rápido y no sostenible en la inversión o producción de biogás, impulsado por ayudas gubernamentales, expectativas desmesuradas de rentabilidad o una sobrevaloración del potencial de este tipo de energía renovable. Como ocurre con cualquier burbuja, el temor radica en que estalle al revelarse limitaciones que no se habían evaluado de manera adecuada.

Para entender si realmente existe una burbuja del biogás, primero debemos hacer una radiografía del estado actual del sector en España. A día de hoy, nuestro país cuenta con unas 250 plantas de biogás y apenas 12 plantas de biometano. Esto contrasta fuertemente con la situación en Europa, donde existen más de 20.000 plantas de biogás y cerca de 1.500 de biometano operando a nivel comercial. Claramente, España está muy rezagada en términos de desarrollo, y el camino por recorrer es largo. 

 

A día de hoy, nuestro país cuenta con unas 250 plantas de biogás y apenas 12 plantas de biometano. Esto contrasta fuertemente con la situación en Europa, donde existen más de 20.000 plantas de biogás y cerca de 1.500 de biometano operando a nivel comercial.

 

A esta realidad se suma el hecho de que las ayudas para el biometano en España son prácticamente inexistentes. No solo eso, sino que tampoco se prevé la creación de sistemas de incentivos como tarifas feed-in-tariffs o premiums a la inyección del biogás en la red gasista o su uso directo en el transporte. Es evidente que, al menos en términos de apoyo gubernamental, el sector en España no está viviendo una burbuja de inversión.

Si bien es cierto que el sector no ha crecido de manera acelerada, su potencial en nuestro país es innegable. Diversos estudios independientes estiman que podríamos alcanzar una producción de no menos de 100 TWh. Se puede discutir si el potencial es este, superior o inferior; pero no se puede rebatir que España es una potencia agroalimentaria a nivel mundial, líder en la producción de carne, aceite de oliva, vino y otros productos que generan subproductos idóneos para la producción de biogás. Si estos subproductos no se gestionan adecuadamente, podrían representar un serio problema medioambiental. Sin embargo, su aprovechamiento para la producción de esta fuente de energía renovable ofrece una oportunidad única.

Por tanto, si España no ha experimentado una explosión en el número de plantas de biogás, no hay un apoyo masivo del Gobierno y el potencial de producción está latente, ¿cómo puede hablarse de burbuja en el sector? La respuesta radica en una dimensión inesperada: la burbuja está en la contestación social.

Lo que realmente está frenando el desarrollo del biogás en España es una burbuja de contestación social. A medida que el número de proyectos de biogás ha comenzado a aumentar, también lo han hecho las voces de oposición. Un fenómeno muy bien organizado, que presiona tanto a los agentes sociales como a los gobiernos locales, especialmente en las zonas rurales donde suelen instalarse este tipo plantas. 

 

Uno de los mayores retos que enfrenta el sector del biogás es la falta de comunicación efectiva con la sociedad. Es crucial desarrollar planes de comunicación que informen de manera clara y transparente sobre los beneficios de las plantas de digestión anaerobia.

 

Las razones detrás de esta oposición son variadas y complejas. En algunos casos, las preocupaciones giran en torno a los impactos sobre la salud pública, porque las plantas de biogás, si no se gestionan adecuadamente, pueden generar malos olores y contaminación del aire. Además, la concentración de residuos en un solo punto, sobre todo en áreas donde estos no se producen originalmente, genera malestar entre los residentes locales. Este es un claro caso del fenómeno conocido como ‘NIMBY’ (Not In My Backyard), donde las personas aceptan la necesidad de gestionar residuos, pero no quieren que esto ocurra cerca de sus hogares.

Otro aspecto que alimenta la oposición es la percepción de que el biogás perpetúa el modelo de ganadería industrial. Al ofrecer una solución para la gestión de purines y estiércoles, las plantas podrían fomentar el crecimiento de este tipo de ganadería, lo cual genera rechazo en sectores que critican la industrialización de la agricultura. Además, algunos movimientos ecologistas ven en el biometano una forma de greenwashing, ya que temen que su inyección en la red de gas perpetúe el uso del gas natural.

A pesar de estas críticas, el biogás y el biometano ofrecen claras ventajas medioambientales. La digestión anaerobia (proceso del que surge el biogás) permite la transformación de residuos orgánicos en energía limpia, lo que reduce la emisión de gases de efecto invernadero y la dependencia de combustibles fósiles. Sin embargo, para que el sector crezca de manera sostenible, es fundamental que se aborden las preocupaciones de la sociedad con total transparencia.

Las plantas de biogás deben cumplir con un estricto marco normativo que garantice la adecuada gestión de residuos, la producción de fertilizantes y la protección del medioambiente. Además, es crucial que se implementen tecnologías avanzadas que minimicen las emisiones de olores y gases contaminantes, de modo que las instalaciones no supongan una amenaza para la salud pública. 

 

Para reducir la oposición social y garantizar que el biogás contribuya de manera positiva al panorama energético de España, desde AEBIG hemos propuesto una serie de buenas prácticas que ya están siendo implementadas por muchos desarrolladores y operadores de plantas.

 

Para reducir la oposición social y garantizar que el biogás contribuya de manera positiva al panorama energético de España, desde la Asociación Española de Biogás (AEBIG) hemos propuesto una serie de buenas prácticas que ya están siendo implementadas por muchos desarrolladores y operadores de plantas.

Entre estas prácticas se encuentra la elección estratégica de la ubicación de las plantas, asegurando que estén a una distancia mínima de 2.000 metros de núcleos urbanos y a 3.000 metros si procesan residuos animales. También que se promueva el uso de tecnologías que minimicen las emisiones y los olores, garantizando que los niveles de olor no superen las 15 unidades de olor por metro cúbico en zonas urbanas.

Otra recomendación clave es la correcta gestión del digerido, el material resultante del proceso de digestión anaerobia. Es esencial que se realicen análisis periódicos para garantizar que este material cumple con los límites establecidos en cuanto a patógenos y contaminantes, y que su uso en la agricultura no pone en riesgo los suelos ni las aguas subterráneas. La gestión del digerido debe ser sostenible y ajustada a normativas agronómicas. 

Además, la inyección de biometano a la red exige un riguroso control de calidad y trazabilidad. En cuanto a la prevención de riesgos laborales, se requieren medidas estrictas de seguridad. Asimismo, la planta debe integrarse paisajísticamente en el entorno y promover una cultura de excelencia en seguridad y eficiencia.

Uno de los mayores retos que enfrenta el sector del biogás es la falta de comunicación efectiva con la sociedad. Es crucial desarrollar planes de comunicación que informen de manera clara y transparente sobre los beneficios de las plantas de digestión anaerobia, tanto a nivel medioambiental, social y de economía circular. Solo así se puede lograr la aceptación ciudadana. 

Estos planes de comunicación deben dirigirse tanto a las autoridades como a los residentes locales, explicando los detalles y objetivos de cada instalación. Además, es necesario fomentar una cultura de excelencia en la operación de estas plantas, garantizando que los operadores estén capacitados y comprometidos con los más altos estándares de seguridad, eficiencia y respeto al medioambiente.

En definitiva, la verdadera burbuja del biogás no es de inversión o sobrevaloración del su potencial, sino una burbuja de contestación social. Los desafíos que enfrenta el sector en España no provienen tanto de una expansión descontrolada, sino de la necesidad de mejorar la comunicación, la transparencia y la gestión de los impactos ambientales. Si se abordan adecuadamente estas cuestiones, el biogás tiene el potencial de ser una pieza clave en la transición hacia un modelo energético más sostenible y respetuoso con el medioambiente. El futuro del biogás en España depende, en gran medida, de la capacidad del sector para ganarse la confianza de la sociedad y demostrar que esta tecnología puede ser beneficiosa. 

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