Eliminar embalses y presas abandonadas, un respiro para los ríos
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Por Arturo Elosegi, Investigador y profesor de ecología fluvial, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea
Los embalses son infraestructuras esenciales para las sociedades modernas. Dependemos de ellos para el abastecimiento de agua potable, para el regadío y para la producción de energía hidroeléctrica, entre otros usos. Además, muchos embalses sirven para regular los caudales, reduciendo el peligro de inundaciones y amortiguando el impacto de las sequías.
Estos valores son especialmente importantes en zonas semiáridas como el Mediterráneo. Por algo es España, con más de 1.200 grandes presas, uno de los países con mayor cantidad de embalses por millón de habitantes.
Sin embargo, también causan importantes impactos sociales y ambientales, como recuerda la Comisión Europea en sus informes sobre la aplicación de la Directiva Marco del Agua en los Estados miembros, incluida España.
Su construcción anega tierras fértiles, cuando no pueblos enteros, causando el desplazamiento de la población local. Además, convierten secciones enteras de ríos en ecosistemas artificiales que, pese a su apariencia de lago, tienen escaso valor de conservación y son vivero de especies exóticas invasoras como la perca americana o el siluro.
Los embalses retienen los sedimentos que transportan los ríos, provocando la escasez de los mismos aguas abajo. En algunas zonas, como en el delta del Ebro, esta escasez de sedimentos facilita que el mar erosione la costa, amenazando un entorno de enorme valor económico y natural. En otras zonas, la falta de sedimentos provoca la desaparición de islas fluviales, de barras de grava o arena, así como de la vegetación asociada a las mismas.
Obras caducas
Como toda infraestructura humana, los embalses tienen una vida limitada, bien porque los objetivos para los que se construyeron dejan de tener sentido, bien por obsolescencia de la presa. En Gipuzkoa, la provincia más pequeña de España, la mayor parte de sus casi 1 000 presas están obsoletas. Se estima que Francia, Polonia, Reino Unido y España suman alrededor de 30 000 pequeñas presas hoy en desuso y convertidas, por tanto, en meros obstáculos al curso fluvial.
En estos casos, la sociedad tiene que plantearse si merece la pena mantener dicha estructura, si hay que invertir para actualizarla, o si, simplemente, es mejor eliminarla. En nuestro país se están eliminando numerosos azudes y presas pequeñas que están fuera de uso, como presas de molinos desaparecidos hace tiempo.
El siguiente mapa, elaborado por proyecto European Dam Removal a partir de datos del Ministerio para la Transición Ecológica y otros organismos oficiales de países europeos, muestra los embalses y presas desmanteladas en España, Reino Unido, Suecia, Finlandia y Escocia.
Aunque es mucho más rara la eliminación de grandes embalses, hay algunos ejemplos, como el que se eliminó en el río Elwha, en el Parque Nacional Olympic Mountain, en Washington (Estados Unidos).
Cambios en la dinámica del agua
Los embalses modifican el régimen hidrológico del río, es decir, cambian la magnitud y la frecuencia de las crecidas y de los periodos de bajo caudal. Esto es especialmente marcado en los embalses para producción hidroeléctrica: sueltan agua para turbinarla en los momentos de mayor consumo eléctrico, con lo que el río tiene caudales elevados de lunes a viernes de ocho de la mañana a seis de la tarde y caudales muy bajos el resto del tiempo.
Los organismos fluviales, desde los microbios hasta los peces, están adaptados a un régimen natural de caudales y son muy sensibles a su modificación, ya que usan los cambios en el caudal como señales para iniciar distintas actividades. Las truchas, por ejemplo, aprovechan las crecidas otoñales para migrar aguas arriba a los tramos donde se reproducen. Por ello, los regímenes artificiales de caudal, como el descrito más arriba, afectan a innumerables organismos y empobrecen las comunidades fluviales.
Los embalses también pueden afectar a la calidad del agua. Algunos liberan agua del fondo, mucho más fría que la que el río llevaría de forma natural, que puede tener una concentración baja de oxígeno y alta de metales. Estos cambios acaban afectando a las comunidades fluviales de seres vivos, así como a los posibles usos por parte de la sociedad.
Finalmente, los embalses, junto con las pequeñas presas, los azudes y otras estructuras similares, fragmentan la continuidad fluvial. Los peces migradores, como el salmón y la anguila, desaparecen como consecuencia de la construcción de presas infranqueables. Pero la fragmentación afecta a la mayor parte de los organismos fluviales. Por ejemplo, las náyades o moluscos acuáticos están en grave peligro porque sus larvas ya no son transportadas aguas arriba por los peces.
Eliminación de la presa de Enobieta
En la mayor parte de los casos, una vez eliminado el obstáculo, el río se recupera muy rápido. Actualmente, estudiamos el proceso de puesta fuera de servicio de la presa de Enobieta, la más grande que se haya eliminado en Europa. Se encuentra en el valle de Artikutza (Navarra), adquirido por el Ayuntamiento de Donostia-San Sebastián en 1 919 para garantizar el suministro de agua de calidad.
La presa, de 42 m de alto, se construyó en los años 50 del siglo pasado, pero problemas geotécnicos obligaron a modificar su diseño y a hacer un embalse mucho más pequeño del inicialmente previsto. Veinte años más tarde, se construyó el embalse de Añarbe aguas abajo en el mismo río, con lo que el de Enobieta dejó de tener utilidad.
Ahora, tras décadas en desuso, la estructura está obsoleta, por lo que el Ayuntamiento ha decidido eliminarla. El río está rehaciendo su cauce original a gran velocidad y la vegetación vuelve a colonizar la zona antes anegada por el embalse. Es de esperar que en breve desaparezca el principal punto negro de este valle, isla de biodiversidad en un paisaje humanizado.
Artículo publicado originalmente en The Conversation