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“Electrify everything!” se grita muchas veces desde los foros y sectores defensores de la transición energética. Electrificar es sinónimo de eficiencia en gran parte de los usos energéticos actuales y, además, nos permitiría usar directamente la electricidad generada por las fuentes renovables más dinámicas, que son la eólica y la solar fotovoltaica. Si electrificásemos todo podríamos hacer lo mismo que ahora consumiendo solo la mitad de energía primaria. Por eso la electrificación es una pata fundamental, y quizá la principal, de la transición energética en la que estamos inmersos.
Yo también he defendido siempre esta posición y eso me llevó en el pasado a no valorar muy positivamente otras alternativas energéticas renovables, que en cierta manera veía como una solución inadecuada. Pero mi experiencia en la administración pública y un análisis adaptado a las nuevas exigencias y velocidad de la transición energética en Europa me hizo cambiar de opinión. Considero la electrificación igual de relevante que antes, pero todavía no tenemos todas las soluciones electrificadas que necesitamos y, por tanto, las renovables térmicas van a tener que ser parte de la solución. Y entre las renovables térmicas destaca, sin ninguna duda, la bioenergía.
La bioenergía, además, es capaz de generar unos ciclos virtuosos que implican una gestión de residuos más eficientes y redundan en el desarrollo rural. Que los residuos sean un recurso potencial ayuda a su buena gestión, a su separación y a su recogida, evitando su impacto en el medio en algunos casos y ayudando a la gestión forestal en otros. En el caso del biogás esta cuestión es particularmente relevante porque, además del uso de residuos con altos impactos ambientales (caso de los purines, por ejemplo), hay veces en que el propio uso del residuo y la extracción y uso del biogás puede llevar a computar como emisiones negativas, ya que al consumir el metano y transformarlo en CO2 estamos transformando un gas de alto efecto invernadero en uno de efecto radiativo menor.
Con cualquier energía, como con cualquier actividad en general, la forma cómo se hagan las cosas es fundamental, pero en el caso de la bioenergía el cómo se hace la logística y el proyecto lo es todo. Los mismos círculos virtuosos o las potenciales emisiones negativas podrían convertirse en usos muy inconvenientes y medioambientalmente perjudiciales si hacemos las cosas de manera inadecuada. Por ejemplo, la tala de bosques en Brasil y su exportación al Reino Unido para quemar la madera en centrales térmicas y producir electricidad es una práctica climáticamente nociva por muy renovable que sea la madera. Ciertos cultivos energéticos de primera generación, donde se usan enormes extensiones de tierra para producir escasa cantidad de biodiésel o bioetanol, y donde además hay dudas razonables de que la energía que se obtiene sea mayor que la empleada para todo el proceso de cultivo y producción, también representa prácticas que debemos erradicar.
La bioenergía tiene sentido si la forma en cómo se hace lo tiene, y ahí creo que conviene que la bioenergía sepa buscar también su lugar en la transición energética ¿Tiene sentido fabricar biocombustibles cuando el transporte del futuro va a estar electrificado? Fuera de algún nicho, es obvio que tiene poco recorrido ¿Tiene sentido la biomasa para generar calor, cuando tenemos alternativas electrificadas? Aquí hay que valorar logísticas de proximidad y también aquellos nichos donde la electrificación tenga más dificultades ¿tiene sentido el biogás? Total y rotundamente Sí, porque sabemos que no tenemos soluciones electrificadas para determinados sectores como el transporte marítimo o la producción de calor de muy alta temperatura industrial. Y, aun así, no tendrá sentido ni usar biogás en sectores que tienen una alternativa eléctrica solvente ni extraerlo de cualquier fuente potencial.
Uno de los principios que debe regir la transición energética es usar la forma de energía más adecuada de la forma más eficiente. Esto puede parecer amenazante para algunos sectores, pero créanme que no lo es. Es tal la cantidad de combustibles fósiles que debemos desplazar que no nos vamos a acabar la transición energética en décadas. El secretario general de la ONU, Antonio Guterres, lo ha explicado con la frase “everything, everywhere, all at once”. Hay que hacerlo todo y todo a la vez, en todos los lugares.
Les pongo un ejemplo. Sólo la industria cerámica de la provincia de Castellón consume más de 15 TWh de gas al año. La capacidad de producción de biogás de fuentes residuales que calculamos para la Comunidad Valenciana en la Ruta Valenciana del Biogás fue de 5,6 TWh/año, aproximadamente la tercera parte. Es obvio que para descarbonizar este sector hará falta no solo todo el biogás que podamos producir, sino también electrificación o hidrógeno verde. Que el biogás no se vaya a utilizar para climatización o escasamente en vehículos no supone ningún problema para sus productores porque tenemos industrias que van a necesitar todo el que se pueda generar.
La bioenergía es capaz de generar unos ciclos virtuosos que implican una gestión de residuos más eficientes y redundan en el desarrollo rural.
La bioenergía no va a descarbonizar el mundo ni puede pretenderlo. Sus posibilidades son menores. Pero la bioenergía es un complemento perfecto para las energías renovables eléctricas como la eólica y la solar, pues sirve y llega donde estas no pueden llegar de forma directa y aún no saben cómo hacerlo indirectamente ¿Hay una industria que necesita temperaturas de 1.000 ºC? Ahí está el biometano ¿queremos fabricar paneles fotovoltaicos de forma totalmente descarbonizada? Ahí puede entrar el carbón vegetal ¿Aviación sostenible? Quizá un biocombustible de tercera generación pueda tener cabida ahí.
Estamos en una época de cambio y en un mundo lleno de necesidades y oportunidades para todas las energías limpias. La bioenergía debe buscar cuál es su papel en este mundo y dónde puede aportar su factor diferencial. Y en este mundo lleno de oportunidades pensar en clave de colaboración es mucho mejor que hacerlo en clave de competencia. Buscar sinergias entre proyectos de biomasa y biogás y proyectos solares y eólicos puede parecer anti intuitivo, pero podría ser un terreno para explorar ¿puede la bioenergía generar el empleo permanente y la retroalimentación con el mundo agrícola, y las energías solar o eólica aportar su eficiencia y su capacidad para generar impactos económicos positivos? ¿Se podrían crear proyectos de desarrollo rural con ambas energías? Son cosas a probar y que seguro nos ofrecerán resultados interesantes.
Estamos en una época de cambio y en un mundo lleno de necesidades y oportunidades para todas las energías limpias. La bioenergía debe buscar cuál es su papel en este mundo y dónde puede aportar su factor diferencial.
Porque al final la transición energética trata de muchas cosas, pero sobre todo de una fundamental que solemos olvidar: La imaginación, la capacidad de imaginar soluciones novedosas y de visualizar un mundo mejor. Y en eso la bioenergía tiene, al menos, tanto que decir como las demás energías.