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El agua puede ser un recurso energético. Este titular, que puede ser más o menos impactante, es la postura que vemos como tendencia en el sector, si bien es cierto que para los operadores de agua esto aún dista mucho de la realidad. El alza de los precios de la energía nos ha demostrado la dependencia que tiene el servicio del agua respecto de la energía, mostrándose como uno de los mayores costes directos asociados al servicio. Hoy más que nunca los operadores de agua tenemos la obligación de optimizar la gestión energética, tanto por el impacto económico que provoca como por criterios de sostenibilidad.
Siguiendo la máxima de que la energía más barata es aquella que no se consume, las actuaciones de mejora de eficiencia cobran mayor protagonismo. Algunas son claras, equipos y motores más eficientes, minimización de las pérdidas en las redes, iluminación… otras son más complejas de detectar, medir y evaluar. Toma aquí protagonismo otro gran habilitador tecnológico, como es la digitalización, que permite monitorizar y calcular parámetros de eficiencia energética de manera precisa y objetiva. No debemos perder de vista que lo que no se mide no existe, por lo que las inversiones en detectar y analizar todos los consumos energéticos son prioritarias.
En segundo lugar, la siguiente energía más barata es la que se autoconsume, es decir, la que somos capaces de producir utilizando el agua y nuestras infraestructuras como recurso. En este sentido el marco regulatorio tiene mucho que decir y la situación es mucho más favorable que hace unos años. Además, los precios en este caso actúan a favor de la rentabilidad de cualquier proyecto de producción energética, con lo cual los proyectos de inversión en generación deben de ser también prioritarios, tanto por su retorno económico como por responsabilidad a la hora de contribuir a la autosuficiencia energética. Más aún cuando la energía derivada del aprovechamiento del potencial del agua es de naturaleza evidentemente renovable. En el Consorcio de Aguas Bilbao Bizkaia, con las infraestructuras de generación hidráulica y fotovoltaica de las que disponemos a día de hoy, somos capaces de alcanzar la autosuficiencia de energía para el proceso de abastecimiento de agua en un 82%. Aun siendo ésta una proporción elevada, tanto por responsabilidad como por rentabilidad, vamos a seguir avanzando en esta línea. Hemos identificado los puntos posibles de generación hidráulica adicional, que, sumada al aprovechamiento de superficies para producción solar, nos ha ayudado a definir un plan de generación de energía renovable, con el que esperamos que en los próximos cinco años podamos llegar a autoproducir de manera sostenible la energía que necesitamos para el abastecimiento.
Aun así, el ciclo integral del agua no es sólo el abastecimiento, y cuando hablamos de energía, nuestra mayor demanda está en el saneamiento. Tanto las redes para la recogida de aguas residuales, que suelen incluir numerosos puntos de elevación, como las instalaciones de tratamiento, son procesos que necesitan aporte de energía adicional. Eso hace que la foto del ratio global de autoproducción se nos quede sobre el 22%, muy lejos de poder alcanzar la autosuficiencia. En relación con el saneamiento, las tecnologías de tratamiento de lodos están en continua evolución, en ese camino de pasar de residuo a recurso, tan deseable a nivel de economía circular. El tratamiento y gestión de lodos, el potencial fotovoltaico de las instalaciones e incluso la generación hidráulica en efluentes, nos puede dar un empujón para mejorar en autoconsumo, pero muy lejos de poder desvincularnos de los suministros energéticos.
Vista esta realidad (dicho sea de paso, también el hecho de que el balance neto entre instalaciones a día de hoy sea inviable a nivel regulatorio), ineludiblemente necesitamos el mercado de energía para poder seguir con nuestra actividad. Mercado que actualmente es completamente especulativo, que se ve influenciado por tendencias y circunstancias ajenas, y en el que los precios tienen una volatilidad nunca antes vista.
El agua no se entiende sin energía, y si los operadores de agua nos dedicamos a gestionar el agua, debemos entender que también gestionamos energía. Comprenderlo y anticiparnos es la única manera de dar un mejor servicio global.
Como servicio público que somos, nuestro objetivo en la compra de energía debe ser el de obtener un precio competitivo, pero también el de asegurar la continuidad y estabilidad del servicio. Esto nos debe llevar a tomar posturas más conservadoras, que vayan a valorar mucho la seguridad y no tanto la rentabilidad de las operaciones. Por otro lado, nuestra posición de ventaja en el mercado es la de saber que nuestro servicio va a ser necesario a largo plazo y que, si bien es cierto que estamos sometidos a variaciones de demanda y aportaciones que además están afectadas por el cambio climático, las necesidades energéticas van a seguir existiendo a medio y largo plazo. Esto posibilita realizar compras y negociaciones a futuro, que puedan aportar ventajas en cuanto a mejores precios, pero también por la seguridad de tener contratos cerrados con precios conocidos a la hora de elaborar los presupuestos.
Para terminar, el concepto de binomio agua-energía cobra más valor que nunca. Lo que en alguna ocasión se ha entendido como sistema auxiliar, vemos que impacta e influye en todo el ciclo del agua. El agua no se entiende sin energía, y si los operadores de agua nos dedicamos a gestionar el agua, debemos entender que también gestionamos energía. Comprenderlo y anticiparnos es la única manera de dar un mejor servicio global, con criterios de calidad, garantía y sostenibilidad.