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La referencia al Cambio Climático como causante de muchos de nuestros problemas actuales es ya una constante en casi todos los ámbitos profesionales, por eso hay que recordar aquello que decía Ivan Illich cuando advertía de que las necesidades creadas por el entorno profesional no son otra cosa que una necesidad constante de defensa contra el mal.
La ciencia del cambio climático no escapa a esa teoría, y es que, de cumplirse las proyecciones del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), aunque todo lo que se anuncian son catástrofes, para muchos el cambio climático traerá buenas noticias, temperaturas más agradables, mayores posibilidades de cultivo de otros alimentos... No es que yo piense que el tema no sea serio. Por supuesto que lo pienso, y por eso que lo pienso, me preocupa la deriva que está teniendo un asunto que puede traer problemas de dimensiones colosales. Sin embargo, parece que solo se van a aplicar soluciones a fuerza de convertir el fenómeno en un grandísimo negocio.
Se sabe que son muchas las actividades humanas que pueden causar cambios locales en los climas: contaminación atmosférica, producción de energía, alteraciones en el uso de la superficie terrestre o la modificación de las aguas superficiales y subterráneas. Todo ello derivado del uso insostenible de la energía, el cambio de uso de la tierra, los estilos de vida y los patrones de producción y consumo (esto no lo digo yo, lo dicen los informes de síntesis del IPCC para los responsables de políticas). Sin embargo, las únicas soluciones que se están poniendo sobre la mesa son las políticas de descarbonización para reducir las emisiones de CO2 y políticas de adaptación en las que se dan cita todo un catálogo de soluciones, excelsa muestra de la creatividad científico-técnica y empresarial.
Fotovoltaicas, aerogeneradores, coches eléctricos, centrales reversibles, pago por servicios ecosistémicos, digitalización, inteligencia artificial, SAF, hidrógeno verde… son tantas las promesas que hasta el agua caballera va a querer desplazarse de manera más sostenible. Permítanme una explicación: en tierras valencianas se conoce como caballera al agua que se desplaza por acción de la gravedad, y lo hace de forma tranquila, sosegada, solemne y con parsimonia -quien sabe si cual caballero andante-. Seguimos cayendo en la trampa de que la solución a nuestros problemas está en la tecnología, cuando es precisamente el exceso de tecnología lo que nos ha conducido a este abismo al nos dirigimos.
En materia de recursos hídricos se dice que el cambio climático puede afectar al ciclo hidrológico, pudiendo producirse una menor disponibilidad de agua o un aumento de los fenómenos meteorológicos extremos. Ocurra lo que ocurra, esta explicación no es más que una consecuencia del reduccionismo cientificista, pues no es que el ciclo hidrológico se vaya a ver afectado por el cambio climático como si ambos fueran cosas independientes; deberíamos saber que el ciclo hidrológico forma parte del clima. Clima y ciclo hidrológico están totalmente interrelacionados, y esa es la razón por la que la alteración del ciclo hidrológico puede producir cambios locales en el clima.
Clima y ciclo hidrológico están totalmente interrelacionados, y esa es la razón por la que la alteración del ciclo hidrológico puede producir cambios locales en el clima.
Desde mediados del siglo pasado estamos produciendo alteraciones en el ciclo hidrológico como nunca antes se había hecho: construcción de presas que, además de barrera biológica, suponen una barrera al transporte sólido de sedimentos, con la consiguiente erosión y desprotección de la costa; formación de grandes embalses; transformación a regadío de enormes superficies; sobreexplotación de acuíferos que provocan el secado de fuentes y manantiales y la intrusión de la cuña salina; impermeabilización de superficies por las transformaciones urbanísticas; contaminación de las aguas por carga urbana, industrial, nutrientes o fitosanitarios…
La gestión de recursos hídricos ante el cambio climático debe tender al restablecimiento del ciclo hidrológico natural de las cuencas hidrográficas, con medidas como reducir extracciones de aguas subterráneas y reducir el uso de aguas superficiales para restaurar los ecosistemas fluviales.
La gestión de recursos hídricos ante el cambio climático debe tender al restablecimiento del ciclo hidrológico natural de las cuencas hidrográficas, con medidas como reducir extracciones de aguas subterráneas y reducir el uso de aguas superficiales para restaurar los ecosistemas fluviales. Esto podrá llevarse a cabo reutilizando los cientos de hectómetros cúbicos que se vierten al mar por las depuradoras situadas en las zonas costeras, movilizando sedimentos para que éstos puedan alimentar las costas, acabando con la contaminación de las aguas tanto de origen urbano como industrial, resolviendo el problema de la contaminación difusa producida por fuentes agrarias, lo cual requiere el tránsito hacia una agricultura de calidad alejada de las prácticas convencionales de la agroindustria y más próxima a las experiencias agroecológicas, protegiendo los suelos rústicos de la especulación urbanística y desclasificando suelo afectado por riesgo de inundación. En definitiva, se trataría de contener el problema del cambio climático por la vía de atajar TODAS sus causas y no con ungüentos ni apósitos, con los que no será posible llegar a soluciones verdaderamente útiles mientras sean los balances de las cuentas privadas los que primen frente a los balances ambientales, y que serán, a la larga, los de las cuentas públicas.