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Castilla-La Mancha es una región eminentemente rural. Somos la tercera comunidad autónoma por extensión, con ochenta mil kilómetros cuadrados, y la tercera con menor densidad de toda España. Hoy, el 55% de nuestros 919 municipios tienen menos de 500 habitantes. Pero, a pesar todo, lo que aquí nos parece un pueblo pequeño es, sin embargo, una población importante comparado, por ejemplo, con Castilla y León.
Y es que, a pesar del éxodo de los pueblos, Castilla-La Mancha aumenta en población. La evolución de la población en los últimos 10 años muestra una caída en tres de las cinco provincias (Albacete, Cuenca y Ciudad Real) de la región, mientras que las otras dos, Toledo y Guadalajara, aumentaron empujadas por el crecimiento de las zonas de contacto con la vecina Comunidad de Madrid, en La Sagra y el Corredor del Henares. El efecto de atracción que ejercen las grandes ciudades es cada vez más acentuado y esto hace necesario, y urgente, potenciar las políticas públicas que permitan, si no revertir, ralentizar el proceso mientras se implementan los servicios esenciales.
En Castilla-La Mancha sabemos que el agua es uno de los elementos, probablemente el fundamental, que nos puede ayudar en esta tarea de combatir la despoblación y revitalizar las zonas rurales.
Sin embargo, el (otro) problema es que el agua en Castilla-La Mancha también escasea, tanto en precipitaciones (un 24% inferiores a la media española) como en aportaciones (un 60% inferiores). Además, la previsión a futuro no es nada halagüeña: los estudios sobre el cambio climático, cuya inexorable realidad ya nadie discute, arrojan resultados desfavorables para nuestra región, tanto en aumento de temperatura como en disminución de precipitaciones.
Con estos mimbres tenemos que hacer el cesto, pero si algo ha caracterizado al ser humano en su historia es que podemos hacer buenos cestos a partir de pocos mimbres.
En nuestro caso, la solución a este dilema pasa necesariamente por actuar en diversos ámbitos: mejorar las redes de abastecimiento reduciendo las pérdidas, mejorar la depuración de nuestras aguas residuales y mejorar la eficiencia de los sistemas de regadío. En resumen, mejorar, mejorar y mejorar.
Hay mucho donde avanzar.
A pesar del esfuerzo inversor de los últimos 40 años (a modo de ejemplo, la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha gestiona actualmente 238 depuradoras, a las que hay que sumar las gestionadas por las Administraciones locales), todavía queda un trabajo importante por hacer.
Hoy, Castilla-La Mancha ya cuenta con un Programa de Depuración que contempla actuar sobre 629 aglomeraciones urbanas, la mayoría de ellas con un tamaño inferior a los 500 habitantes equivalentes (e-h), apoyado por los Fondos de Recuperación, Transformación y Resiliencia que en una primera fase han contribuido con 15,9 millones de euros orientados a mejorar la depuración de aglomeraciones urbanas de menos de 5.000 h-e.
Actualmente, a través de la Consejería de Agricultura, Agua y Desarrollo Rural, tenemos en fase de licitación o en construcción diferentes EDAR en municipios, entre los que se encuentran, Brihuega, Chiloeches, El Toboso, Quero, San Clemente, Sigüenza, Tobarra, Uceda o Villanueva de Alcardete con una inversión total de 63 millones de euros.
En este punto quiero insistir en la dificultad relativa que entraña la prestación de servicios públicos en una región tan extensa y poco poblada como la nuestra, que se refleja muy bien en la depuración de aguas: el coste de inversión, cuantificado en €/h-e, en una EDAR pequeña (menor de 2.000 h-e) es del orden de cinco veces mayor que en una grande; llegando a 20 veces mayor en el caso de la gestión y mantenimiento.
Es obligado reconocer que mientras en España nos hemos centrado en desarrollar las infraestructuras de transporte, hemos descuidado nuestras redes de abastecimiento, que requieren, en general, de una renovación urgente.
Sin embargo, también es obligado reconocer que mientras en España nos hemos centrado en desarrollar las infraestructuras de transporte (somos el primer país de Europa tanto en redes de alta velocidad ferroviaria como en carreteras de alta capacidad), hemos descuidado nuestras redes de abastecimiento, que requieren, en general, de una renovación urgente.
También aquí los Fondos de Recuperación, Transformación y Resiliencia van a ayudar a resolver, al menos parcialmente, el problema. Así, uno de los planes permitirá a Castilla-La Mancha realizar obras a través de la Agencia del Agua para mejorar el abastecimiento y reducir las pérdidas en las redes de las corporaciones locales por un importe de 10,9 millones de euros.
En Castilla-La Mancha estamos apostando por mantener la vida en el medio rural, para lo que es necesario, en primer lugar, que las personas quieran vivir allí, y creemos que la transición a una economía verde será el motor de generación de riqueza y empleo. Por seguir con el ejemplo de la depuración de aguas residuales, las inversiones en estas infraestructuras, cada vez más integradas y eficientes, generan puestos de trabajo fijos, contribuyen al avance en innovación tecnológica y permiten recuperar elementos tan valiosos como el agua o los nutrientes.
Necesitamos una transición hacia una economía ecológica que nos permita una gestión responsable de los recursos, para lo que el desarrollo tecnológico y el afán de superación serán la clave que conjugue escasez y desarrollo económico en un marco de sostenibilidad que nos permita mejorar y preservar el medio ambiente.