La polución en Madrid mata: ¿por qué no actuamos ya?
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Por Antonio Ruiz de Elvira Serra, Universidad de Alcalá
En estos días de anticiclón en Madrid, con bajas temperaturas nocturnas por irradiación, cuando uno vuelve a la ciudad desde, por ejemplo, Alcalá de Henares, o desde la sierra, se ve, como todos los inviernos, la “boina verde-anaranjada” sobre ella.
Esta boina la producen, principalmente:
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Las partículas sólidas suspendidas en el aire, que pueden permanecer en la atmósfera varios meses. Estas se generan sobre todo en la combustión del gasóleo, que se utiliza en los vehículos diésel y en ciertas calefacciones.
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Los óxidos nitrosos. Sus tiempos de residencia son de un par de días, pero se renuevan constantemente. Se producen siempre que se queme cualquier combustible (gasolina, diésel, gas, metano o hidrógeno, o madera) en presencia de nitrógeno, es decir, que se queme utilizando el oxígeno del aire. Adicionalmente, dependiendo del tipo de combustible, se generan otros gases también dañinos.
Hace años, el diésel producía humos negros debido a las partículas grandes que contenía. En un momento dado, la legislación (comunitaria) obligó a las refinerías a eliminar esas partículas y a los vehículos a instalar filtros para ellas.
El resultado ha sido que ahora lo que emiten vehículos diésel y calderas de gasóleo son partículas minúsculas (aerosoles de tamaños menores de 2,5 micras) que pasan sin filtrar por las fosas nasales directamente a los alveolos pulmonares. Allí pueden ser bloqueadas, pero en ciertos casos permean y se introducen en la sangre.
Consecuencias para la salud
Yo era buen deportista, pero hace unos 10 años empecé a toser sin parar. Hoy no puedo ya hacer deporte, ni reírme. Cualquier inhalación fuerte me origina una crisis de respiración. Tengo una parte de los pulmones inutilizada. No me muero, al menos por ahora, aunque moriré prematuramente por enfisema pulmonar.
Hay un gran número de estudios que demuestran el importante daño para la salud que representan las emisiones. Un macroestudio publicado en el 2019 señala que la exposición a la contaminación urbana, incluso a pequeñas concentraciones, aumenta el riesgo de mortalidad a corto plazo.
Las soluciones parciales no resuelven el problema: el uso de transporte público no eléctrico sigue generando óxidos nitrosos, sea cual sea el combustible que utilice. Lo mismo ocurre con las calefacciones, aunque estas sean de gas.
El aumento de zonas peatonales en las ciudades es inútil para el problema de la contaminación, pues el aire contaminado fuera de ellas se desplaza hasta las mismas: no hay barreras para el aire.
En Madrid las situaciones de anticiclón son predominantes, en invierno y en verano (en verano se suma el ozono a los demás gases contaminantes) de manera que no hay ventilación y esos gases y partículas se mantienen largo tiempo sobre la ciudad. Ni siquiera el calentamiento global arregla el desaguisado. Incluso en el Sahara las noches son frías por irradiación, como lo son siempre en invierno en Madrid cuando hay anticiclón.
La solución es evidente y económicamente favorable: sustituir la combustión por energía eléctrica. Es económicamente favorable porque esta sustitución elimina la exportación de riqueza española hacia los productores de combustible, captura energía autóctona, como si tuviésemos pozos de petróleo y gas, y durante muchos años genera una gran cantidad de puestos de trabajo (piensen en la sustitución de calderas de gas por calentadores solares y eléctricos y en la instalación en las aceras de las calles de cargadores para los vehículos, por ejemplo).
Evidentemente hay que invertir riqueza, pero es una inversión que devuelve esa riqueza con creces, pues es inversión para producir, y no solo para consumir. Hay empresas financieras dispuestas a realizarla, si reciben apoyo oficial.
La polución mata. Y no solo mata, sino que empeora notablemente la calidad de la vida en las ciudades que mantienen la combustión como fuente de energía. Tenemos en nuestras manos los recursos para eliminarla. Si no lo hacemos es, sencillamente, por falta de decisión.
Artículo publicado originalmente en The Conversation