¿Por qué no podemos obtener agua potable del océano?
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Durante siglos, las personas han estado intentando extraer agua dulce del océano. En el siglo XVI, los navíos llevaban destilerías pequeñas que podían utilizarse en caso de emergencia para hervir agua de mar. Sin embargo, intentar hacer esto a gran escala conlleva problemas de la misma envergadura.
Tal y como afirma Frank Rogalla: «Es una cuestión de energía. Desalinizar el agua requiere diez veces más energía que ninguna otra fuente de agua». La huella de carbono de la desalinización de agua es considerable: las plantas de desalinización industriales, como la enorme de Ras al-Khair en Arabia Saudí, suelen necesitar sus propias centrales eléctricas.
Aunque las primeras plantas de desalinización se basaban en hervir el agua salada, en los años setenta del siglo pasado, una crisis energética aceleró el aumento de las plantas de ósmosis inversa, que utilizan presiones elevadas para hacer pasar el agua salada a través de una membrana que retiene la sal en un lado. Este proceso utiliza aproximadamente la mitad de energía que el hervir el agua, pero sigue necesitando unos 4 kWh para producir un metro cúbico de agua potable.
Esto hace que otras estrategias para las comunidades golpeadas por la sequía, como el almacenamiento y la reutilización del agua, sean mucho más pragmáticas. «El agua desalinizada es demasiado cara para la mayoría de casos de uso —añade Rogalla—. Es cara desde el punto de vista de las infraestructuras y de los costes energéticos, por lo que se trata de un último recurso». Afirma que las plantas de desalinización construidas en España dejaron de utilizarse cuando los agricultores se negaron a pagar los elevados costes del agua que producían.
Sin embargo, existen algunos trucos que podrían hacer el agua de mar más apetecible. El primero es evitar los océanos. «Más que agua de mar, la desalinización suele utilizar agua salobre como punto de partida», explica Rogalla. Esta puede proceder de acuíferos considerados demasiado salados para usarlos sin tratar o de fuentes de estuarios. Esta agua es menos salada que el agua de mar, por lo que se necesita menos energía para desalinizarla.
En el proyecto financiado con fondos europeos MIDES, Rogalla dirigió los esfuerzos por aumentar todavía más la eficiencia del proceso con la ayuda de bacterias. Estos microbios se utilizaron para ayudar a transportar moléculas de sal a través de una membrana y, de ese modo, reducir más la energía necesaria para crear agua potable. Rogalla afirma: «La energía necesaria para la desalinización es directamente proporcional a la concentración de sal, así que, si podemos iniciar el proceso con energía microbiana, reducimos la electricidad requerida».
Por cada litro de agua dulce que producen las plantas de desalinización, hay un litro de agua residual que ahora es el doble de salada. Rogalla ve esto como una oportunidad: «Hay sales buenas en el agua, como el calcio y el magnesio, sales que normalmente son muy caras de obtener». Su equipo está estudiando formas de extraer los diversos minerales disueltos en esta salmuera residual para su uso comercial.
Con el aumento de la escasez de agua, ¿considera Rogalla que la desalinización es el futuro? «Es una medida de emergencia y solo una parte de una solución —señala—. Primero, deberíamos minimizar el uso y luego reutilizar el agua cuando sea posible. La desalinización es solo para una necesidad acuciante. Sin todas estas otras acciones, sencillamente no es sostenible».