Las cuatro pes de la sostenibilidad en Glasgow
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Por Javier Sierra, Universidad de Salamanca
Una vez finalizada la cumbre del clima COP26 celebrada en Glasgow llega el momento de hacer balance. El objetivo de este artículo es ofrecer un análisis de la cumbre desde la perspectiva de la economía de rosquilla. Este marco conceptual se basa en cuatro ejes fundamentales: los límites ecológicos, las bases sociales, una economía redistributiva y una economía regenerativa. Utilizando este esquema podemos reflexionar sobre las principales conclusiones de la cumbre, los acuerdos alcanzados y los puntos que siguen pendientes.
Los límites ecológicos: prudencia
Si algo nos ha enseñado la ciencia durante las últimas décadas es que nos encaminamos hacia el abismo. Quizá el primer estudio con repercusión global fue el texto Los límites del crecimiento. En esta obra se planteaban diferentes escenarios futuros que dependían de la reacción de la sociedad.
Una de las principales conclusiones de este trabajo es que prácticamente no existe una buena opción. La humanidad tiene que trabajar para lograr el escenario menos dañino para el medio ambiente y la sociedad. Dicho con otras palabras, llevamos décadas intentando conseguir que la opción menos mala sea una realidad.
Contamos con una gran cantidad de evidencia científica sobre la contribución humana al calentamiento global y el cambio climático. Sin embargo, hay muchos aspectos que todavía desconocemos. Ante este escenario de incertidumbre, debemos extremar la prudencia. Si no sabemos si podremos resolver el problema, por lo menos tratemos de no agravarlo. En este contexto, el principal objetivo de la cumbre era mantener vivo el compromiso de limitar el calentamiento global medio por debajo de los 1,5 ? .
La cumbre concluye con algunos acuerdos puntuales en esta línea. Por ejemplo, China y Estados Unidos se han comprometido a reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero en esta década. India también se ha comprometido a alcanzar las emisiones cero en 2070.
Otro paso positivo es el Compromiso Mundial del Metano, alcanzado unos días antes del fin de la cumbre. Se estima que el metano es el responsable del 30 % del aumento del calentamiento global. Este pacto aspira a reducir las emisiones en un 30 % para 2030.
Otro paso importante es el compromiso de frenar la deforestación en el año 2030. Estos acuerdos pueden ser importantes, pero sólo si se cumplen.
Sin embargo, a pesar de estos compromisos puntuales de mínimos, en general los países simplemente han acordado diseñar políticas más ambiciosas para proteger el medio ambiente de cara al próximo año. Esto es a todas luces insuficiente. ¿Somos conscientes de la grave imprudencia medioambiental que estamos cometiendo?
Las bases sociales: progreso
A pesar de que los países desarrollados son los principales contaminantes, los países del sur son los que más sufren las consecuencias del calentamiento global. Además, disponen de menos recursos para hacer frente a los daños y riesgos causados por el cambio climático. Esta situación contribuye a exacerbar la pobreza y complicar todavía más la consecución de los ODS.
En este sentido, uno de los principales objetivos de la cumbre era sellar un compromiso de los países desarrollados para aportar 100 000 millones de dólares anuales. Este dinero se debería destinar a financiar proyectos de adaptación al cambio climático en el sur global.
En este aspecto de justicia climática la cumbre también ha defraudado. Los países participantes no han alcanzado un acuerdo claro sobre cómo ayudar a los países en vías de desarrollo a financiar los daños y las pérdidas generados por el calentamiento global. El único acuerdo alcanzado se limita a duplicar las aportaciones actuales en el 2025.
Los países en vías de desarrollo no disponen de recursos suficientes para afrontar las pérdidas y los daños que genera el cambio climático. Esto supone un claro freno al progreso social en muchos países del mundo. Necesitamos apostar decididamente por acciones que contribuyan a mejorar el bienestar de todas las personas en todo el mundo.
Economía redistributiva: pragmatismo
Actualmente somos plenamente conscientes de que los daños en el medio ambiente afectan negativamente a la salud humana de muchas formas. Por ejemplo, se estima que la contaminación del aire causa la muerte de unos siete millones de personas en el mundo. También se cree que puede contribuir a unos seis millones de nacimientos prematuros a nivel mundial. Además, la contaminación atmosférica puede causar otros problemas renales, cardiovasculares o neurológicos.
Esto sucede tanto en países desarrollados como en vías de desarrollo. Pero una vez más, son las personas con menos recursos y oportunidades las que más sufren las consecuencias de un entorno desfavorable. El concepto de ecoansiedad también pone de relieve esta situación a nivel psicológico y sus consecuencias para la sociedad.
Uno de los principales problemas de la COP26 ha sido el escaso protagonismo de la sociedad civil y de las poblaciones indígenas. Este hecho implica que no todos los puntos de vista están reflejados en los acuerdos finales. En consecuencia, hay muchos problemas para los que no se aportan soluciones adecuadas.
Es necesario repetir incansablemente el mensaje de que no estamos trabajando para encontrar la mejor solución. Todos los escenarios sobre los que debatimos hacen referencia a conseguir la opción menos mala. Ya no existen contextos positivos y, lamentablemente, nuestras opciones se limitan a alcanzar el escenario menos dañino.
Para ello es necesario poner el foco en el pragmatismo. Si no cambian las cosas, en el futuro los problemas serán todavía más graves, más difíciles de resolver y, en definitiva, requerirán un mayor esfuerzo económico. Por eso necesitamos mejorar los mecanismos de redistribución de la riqueza para mejorar las condiciones de vida en todo el mundo. De lo contrario, todos saldremos perdiendo.
Economía regenerativa: proactividad
Desde el punto de vista de la necesidad de avanzar en una economía regenerativa, la cumbre tampoco ha cubierto las expectativas. Uno de los aspectos más complicados ha sido la aspiración de que los países revisen sus planes de actuación con mayor rapidez. El compromiso en París 2015 pretendía revisarlos cada cinco años. En Glasgow se ha acordado una revisión anual, empezando en 2022. Habrá que confiar en que se cumplan las promesas, aunque los antecedentes no son muy halagüeños. A pesar de ello, algunos países están haciendo que este compromiso sea legalmente vinculante.
También ha sido decepcionante el compromiso para descarbonizar la economía. En este sentido, el primer borrador planteaba el compromiso específico de “eliminar el carbón y las subvenciones a los combustibles fósiles.” Sin embargo, el texto final se refiere solamente a las centrales térmicas incontroladas, los subsidios ineficientes y la reducción progresiva de emisiones. En el mismo sentido, los principales países fabricantes de automóviles se han comprometido a no producir vehículos de diésel y gasolina a partir de 2035.
Cada vez cuesta más ser optimistas ante la falta de acción decidida y compromiso por parte de los distintos actores.
Queda la opción de ser proactivos en este sentido. Las empresas verdaderamente sostenibles están mejorando su rentabilidad y su imagen de marca. Al mismo tiempo, queda la posibilidad de actuar como ciudadanos y consumidores para premiar comportamientos realmente sostenibles, de exigir responsabilidad a nuestros representantes, y de apoyar a los actores que apuesten claramente por una economía regenerativa y respetuosa con el medio ambiente.
¿Servirá este acuerdo de mínimos para afrontar con garantías el máximo reto en la historia de la humanidad? Probablemente no. Tenemos que seguir trabajando y cada vez nos queda menos tiempo.