Así seguimos la pista a los contaminantes emergentes
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Por Miguel Oliver Rodríguez, Universitat de les Illes Balears
Los avances en ciencia y tecnología han resultado en una mejora en la calidad y esperanza de vida. Sin embargo, a toda esta evolución industrial va ligado un gran desastre: la contaminación ambiental.
Estos avances están relacionados con el desarrollo de productos que, para mejorar su durabilidad o alguna otra característica de interés, presentan aditivos, conservantes o nanomateriales.
No solo debemos tener en cuenta los objetos sino también otros artículos como fármacos o productos de cuidado personal que llevan usándose desde hace décadas para mejorar nuestro bienestar.
Contaminantes de preocupación emergente
En los últimos años se ha observado un aumento de la presencia no intencionada de estos compuestos en el medio ambiente. Esto se debe a su uso continuado, incluso abusivo, y también a la dificultad de eliminarlos completamente en plantas de tratamiento de agua residuales.
Esta ineficiencia representa un riesgo potencial para los organismos acuáticos, al alterar la cadena trófica, e, inevitablemente, para la salud humana.
Se conocen como contaminantes de preocupación emergente aquellos productos químicos no regulados y presentes de forma ubicua en el ambiente.
La naturaleza de esos contaminantes es muy diversa, por lo que se han creado listas de vigilancia que se van modificando según la situación. Compuestos como el diclofenaco o paracetamol (antiinflamatorios), el triclosán (conservante), el ciprofloxacino (antibiótico) o bisfenoles (plastificantes) forman parte de esas listas.
Seguro que ya estará familiarizado con el término “microplástico”. Se trata de minúsculos fragmentos que provienen generalmente de la degradación de envases plásticos y que están presentes de forma masiva en el mar. Los microplásticos son accidentalmente ingeridos por peces y otros animales terminando donde todo empezó: en los humanos (figura 1).
Controlando el descontrol
La contaminación se nos ha ido de las manos. Lo que debemos hacer ahora es evaluar el riesgo que esta genera, informar y concienciar para promover una industria más sostenible.
Existen muchas formas de estudiar los contaminantes. Desde un punto de vista ambiental, se pueden estudiar las corrientes de agua, tanto de forma experimental como por modelización teórica, para entender cómo los contaminantes son transportados. Eso nos permite conocer en qué zonas tienden a acumularse y de dónde provienen.
El estudio de determinados organismos, como los mejillones, nos informa de la presencia y cantidad de contaminantes en el mar. Este molusco tan frecuente en nuestros platos actúa de bioindicador ya que debido a su forma de alimentarse por filtración tiende a acumular compuestos en su interior. El fenómeno de bioacumulación no solo acontece en los bivalvos sino también en algas, crustáceos o peces.
El agua proveniente de plantas de tratamiento o de pozos subterráneos se usa para el regadío. Así, los contaminantes presentes en ella llegan a encontrarse en suelos y en raíces de plantas o animales como las lombrices de tierra y, de forma indirecta, en pájaros y mamíferos.
Estudiando su toxicidad
Otro modo de comprender el riesgo de estos compuestos en el medio ambiente es mediante estudios de toxicidad en organismos pertenecientes a distintos niveles de la cadena trófica de un ecosistema (ecotoxicidad).
Podemos pensar que aquellos organismos más simples serán más sensibles, pero no siempre será así. En función de la naturaleza del contaminante, puede afectar con mayor o menor intensidad a un tipo u otro de ser vivo. Por ejemplo, el triclosán presenta una toxicidad similar tanto en peces como en invertebrados, ya sean pequeños crustáceos o insectos.
No solo debemos preocuparnos por su toxicidad. Los contaminantes, incluso en concentraciones muy bajas, pueden alterar el ecosistema de otras formas, ya sea provocando cambios en la conducta de los seres vivos y sus interacciones o alterando su desarrollo fisiológico.
Por otra parte, los estudios de citotoxicidad se centran en el daño que provoca una sustancia directamente sobre la célula. Esta será global o selectiva en función de si el daño ocurre en todas las células por igual o no.
Dentro de estos ensayos se pueden evaluar distintos parámetros, como el daño en la membrana o la viabilidad celular midiendo su actividad metabólica. Incluso, con ensayos más específicos, se puede determinar si hay un cambio en la expresión genética y, por tanto, variaciones en la cantidad de alguna proteína.
En todos esos estudios es importante tener en cuenta dos variables: la dosis de contaminante usada y el tiempo de exposición. Puede ocurrir que un tóxico provoque un efecto cuando nos exponemos a él de forma puntual y a una alta dosis (efecto agudo), y provocar otro tipo de efecto cuando la exposición es crónica, es decir, durante un largo periodo y normalmente a dosis bajas.
Los contaminantes pueden tener muchos efectos perjudiciales en nuestras células. Por ejemplo, el bisfenol A, presente en la gran mayoría de envases plásticos, ha demostrado ser un disruptor endocrino. Esto significa que altera el funcionamiento de las hormonas. Actualmente se están usando sustitutos, aunque, ¿son estos más inocuos?
La interacción entre compuestos
Un punto importante a destacar es que la mayoría de los ensayos de toxicidad se realizan con compuestos individuales. Eso rara vez ocurrirá en la realidad ya que la ingesta de un alimento o cualquier otra matriz contaminada incluirá más de un compuesto. Por eso es interesante realizar estudios de contaminantes combinados.
De hecho, se ha comprobado cómo un compuesto que por sí solo no es tóxico a una dosis estudiada puede serlo en presencia de otro contaminante, ya sea por un efecto sumatorio o peor aún, sinérgico. Puede ocurrir también el efecto contrario, cuando la interacción es antagónica y el efecto conjunto es menor que el de los compuestos por separado.
Aunque es muy importante conocer la presencia de los contaminantes en el ambiente y cómo nos afectan, lo es también buscar métodos para reducir su uso. Como decía mi abuela, “más vale prevenir que curar”. No pudimos prevenir todas las consecuencias, ahora es nuestro deber buscar soluciones.