¿Reconstruir o transformar?
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Estamos inmersos en una crisis profunda como consecuencia de la epidemia del COVID-19 cuando aún no hemos salido del todo de la emergencia financiera de estos últimos años. Procede sentarse un rato y pensar en el futuro. Si no lo hacemos, es muy probable que sigamos en el camino descendente que llevamos.
Ninguna de estas dos crisis es ni remotamente parecida a la que se nos viene encima como consecuencia del cambio climático. La práctica totalidad de las naciones así lo ha reconocido en el Acuerdo de París de 2015. Incluso los Estados Unidos, que han denunciado partes de este acuerdo, reconocen la necesidad de encarar el problema, para mitigarlo y para adaptarse por adelantado a sus más que previsibles consecuencias. Como se ha venido insistiendo en los últimos informes, se constata ya un aumento de la temperatura media del planeta superior a 1 grado centígrado y un crecimiento sostenido de los daños atribuibles a este aumento que han alcanzado valores de hasta un 0,5 % del PIB mundial, comprometiendo así el desarrollo. Además, las consecuencias de estos desastres se ceban con los más pobres, tanto en términos de países como de familias, lo que conlleva un aumento de la desigualdad y pone en cuestión los esfuerzos de todos para llegar a tener un mundo más justo y menos conflictivo. Por ello, los 22 países más ricos acordaron dedicar el 0,7 de sus PIBs a la cooperación al desarrollo. Sin embargo, incluso si ese compromiso se cumpliera, que no se cumple ni de cerca, el cambio climático lo anularía.
No podemos seguir como hasta ahora, ganando batalla tras batalla hasta la derrota final y, lo que quizás haya que plantearse es si estas dos crisis, la financiera primero y la sanitaria después, suponen una oportunidad magnífica para sentarse y reflexionar un poco sobre el futuro. Tenemos que reconstruir, pero debemos aprovechar esta reconstrucción para cambiar nuestra perspectiva, nuestros objetivos y nuestras herramientas de trabajo. HAY QUE TRANSFORMAR. Y para transformar debemos primero saber hacia dónde queremos ir. Necesitamos lo que ha venido denominándose “sentido del propósito”. Como decía William Henley en su poema Invictus, retomado posteriormente por Nelson Mandela: “Soy el capitán de mi destino”.
Las crisis que estamos viviendo suponen una oportunidad magnífica para sentarse y reflexionar un poco sobre el futuro. Tenemos que reconstruir, pero debemos aprovechar para cambiar nuestra perspectiva, nuestros objetivos y nuestras herramientas de trabajo. Hay que transformar.
Se ha dicho que el cambio climático debe analizarse desde dos perspectivas principales, la mitigación y la adaptación. En mi opinión, hay una tercera, tan importante o más, y es la recuperación del medioambiente natural y la biodiversidad. En relación con la mitigación, no cabe duda de que la óptica a utilizar es la de la producción de gases de efecto invernadero principalmente como consecuencia de la energía generada con combustibles fósiles (82%), a la que hay que añadir las actividades generadoras de metano (10%), óxido nitroso (5%) y gases fluorados (3%). Además de la construcción de plantas de energía renovable, otras actividades más ligadas a nuestro quehacer diario nos proporcionan oportunidades a tener en cuenta, la lucha contra la desertificación, la creación de sumideros de carbono, la implantación de buenas prácticas en familias, empresas y administraciones, son acciones en las que nuestras calificaciones profesionales son de enorme interés.
Se ha dicho que el cambio climático debe analizarse desde dos perspectivas principales, la mitigación y la adaptación. En mi opinión, hay una tercera, tan importante o más, y es la recuperación del medioambiente natural y la biodiversidad.
Por lo que se refiere a la adaptación, ésta tiene como vector fundamental al agua. Su escasez, con períodos de sequía más profundos y duraderos y probablemente más frecuentes; su exceso, con episodios de crecidas también más frecuentes y de mayor intensidad; la disminución generalizada de las precipitaciones; los fenómenos atmosféricos extremos, etc. Nos enfrentamos a un nuevo estado en relación con el agua en el que cuando ésta no “falte”, será porque “sobre”, y casi siempre estará más sucia de lo debido.
Por último, en relación con el medio natural, nuevamente el agua, principal medio de transporte y diseminación de la contaminación, constituye un elemento fundamental a cuidar. Pensemos, por ejemplo, que más de un 50% de la biodiversidad en España está íntimamente ligado a nuestros ríos, lagos, humedales y, en general, a los cuerpos de agua superficial y subterránea.
Todos los que leemos con atención cada uno de los ejemplares de esta revista estamos ligados al agua y a la conservación del medioambiente, y hemos asistido, a lo largo de nuestras vidas profesionales, al desarrollo de políticas que, en mi opinión, han partido, sin crítica, de unas políticas económicas relativamente independientes de la consideración de estos dos aspectos, dejándonos a los profesionales la tarea de evitar o minimizar la afección medioambiental de estas políticas sin ponerlas en cuestión.
Así, y específicamente en relación con el agua como factor de desarrollo (regadío) o limitante del mismo (abastecimiento urbano e industrial o energía hidroeléctrica), hemos sufrido políticas de oferta que, sólo cuando la disponibilidad de recursos ha llegado a verse comprometida, han hecho necesario limitar o reducir la demanda.
También en relación con el agua, los últimos años, una vez constatado el daño al medio natural generado por estas políticas económicas, nos han “obligado” a desarrollar y aplicar medidas compensatorias de este daño a través de los caudales ecológicos, la construcción de estaciones depuradoras de aguas residuales, la protección de los acuíferos, etc. Se ha corregido el problema en lugar de dejar de generarlo.
Como dice el antiguo adagio: “Si quieres salir del hoyo, primero deja de cavar”. Y lo que no se ha hecho ha sido poner en cuestión el origen del problema y pensar colectivamente en modelos de desarrollo más imaginativos que no obliguen a aceptar como inevitable el daño medioambiental, aunque lo hayamos reducido en la mayor medida posible. Es hora de meditar en este sentido y esta tarea no puede quedar reducida a nuestro ámbito de trabajo profesional, sino que debe abarcar a la totalidad de la sociedad.
Un punto de apoyo enormemente poderoso para este cambio de mentalidad se creó el 25 de septiembre de 2015 con la aprobación, por parte de un gran número de líderes mundiales, de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y su consecuencia, la Agenda 2030.
Tres puntos son destacables en relación con los ODS.
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Una estadística informal demuestra una amplia ignorancia social de los ODS, incluso entre nosotros los profesionales. Es más, existe un falso consenso en el sentido de que la palabra “sostenible” está solo relacionada con el medioambiente, cuando son fundamentales los aspectos sociales y económicos, de modo que configuran una guía completa para un nuevo modelo de desarrollo.
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Los 17 objetivos y sus 169 metas nos indican precisamente el “propósito” que mencionaba antes. Basta con seguirlos para desarrollar las nuevas políticas de desarrollo que sustituyan a las vigentes y que no se limiten a la economía, aunque sea con correcciones sociales y medioambientales.
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Surge una nueva forma de hacer las cosas, precisamente a través del objetivo 17 que pretende fomentar y establecer las alianzas como herramienta esencial de trabajo. Las políticas y su implementación deberían dejar de ser función exclusiva de los gobiernos, dejando entrar a la sociedad civil, las empresas, las organizaciones no gubernamentales y otros muchos actores.
Un buen ejemplo de este planteamiento es el Pacto Verde Europeo con los siguientes ámbitos de actuación:
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Biodiversidad: medidas para proteger nuestro frágil ecosistema.
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«De la granja a la mesa»: formas de garantizar una cadena alimentaria más sostenible.
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Agricultura sostenible, gracias a la Política Agraria Común.
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Energía limpia: oportunidades para fuentes de energía alternativas más limpias.
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Una industria sostenible: garantizar unos ciclos de producción más sostenibles y respetuosos con el medioambiente.
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Construir y renovar: necesidad de un sector de la construcción más limpio.
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Movilidad sostenible: fomentar medios de transporte más sostenibles.
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Eliminar la contaminación: reducir la contaminación de manera rápida y eficiente.
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Acción por el clima: hacer a la UE climáticamente neutral en 2050.
Para los profesionales que dependen en gran medida de la inversión y el gasto en las áreas del agua y el medioambiente el Pacto Verde es una muy buena noticia. La pregunta que debemos hacernos es muy sencilla. ¿Seremos capaces de dar una respuesta adecuada al desafío?
Para todos nosotros, lectores asiduos de RETEMA y, por tanto, profesionales que dependen en gran medida de la inversión y el gasto en las áreas del agua y el medioambiente, esta novedosa orientación política, que se trasladará sin duda a España, es una muy buena noticia. La pregunta que debemos hacernos es muy sencilla. ¿Seremos capaces de dar una respuesta adecuada al desafío?
En los últimos años, hemos demostrado que sí. Incluso hemos solicitado de las administraciones mayores cuotas de inversión en nuestra área de trabajo. Ya hay respuesta y es positiva. Aprovechémosla.
Artículo publicado en el número 223 Mayo/Junio 2020