Dichosos tapones
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En el mundo se consume alrededor de un millón de botellas de bebidas de plástico por minuto, con sus respectivos tapones. A ello, hay que añadirle el resto de los envases, como los briks, que también llevan tales elementos de cierre.
Aproximadamente el 74 % de los residuos que nos encontramos en las playas lo constituyen elementos plásticos, en gran proporción los “dichosos” tapones de plástico. Pero no solo en las playas, también en cunetas de carreteras, parques y jardines, en el medio natural.
Pero aún hay más. En la propia gestión de los residuos municipales, en la fase de clasificación o separación en planta de los envases plásticos, los tapones sueltos acaban como rechazo en los vertederos, ya que no pueden ser retenidos por las cribas de clasificación.
Un tapón de plástico puede ser fabricado de polímeros como polietileno tereftalato (PET), polietileno de alta densidad (PEAD) y polipropileno (PP), todos ellos materiales valiosos y reciclables, por lo que su pérdida es una merma importante de recursos.
El destino de los tapones
El problema surge cuando al desechar un envase de bebida de plástico o un brik, quitamos el tapón. En ese instante, ese elemento tiene tres destinos: o va al medio convirtiéndose en un contaminante o va a la basura o contenedor de reciclaje, perdiéndose en la fase de clasificación y acabando en un vertedero, o se dona a una ONG para que lo venda a un reciclador y con ese dinero financiar acciones solidarias (tapones solidarios).
La población en general responde de manera positiva a las causas solidarias, por lo que la recogida de tapones viene siendo popular, se puede ver incluso en hospitales. La cuestión es que la transparencia de este sistema, en general, no ha sido la que debería ser en algunos casos.
La organización en cuestión recibe los tapones ya clasificados, por tanto, una materia prima limpia y de buena calidad, y la vende a precio de mercado (entre 100 a 500 €/t, equivalente a unos 500 000 tapones) a un reciclador.
Teóricamente, con esos fondos recibidos por la venta de tapones tiene que desarrollar proyectos solidarios de ayudas a terceros o investigación, pero el seguimiento de la aplicación de esos fondos por parte de la población donante es casi nula y se tiene muy poca información de ello, salvo raras excepciones. Como resultado, la desconfianza en el sistema aumenta cada vez más y se van recogiendo menos tapones, acabando como residuo donde no debe.
Una nueva ley para unirlos a todos
Por todo ello, la Unión Europea, aprobó la Directiva 2019/904, relativa a la reducción del impacto de determinados productos de plástico en el medio ambiente, que ha sido transpuesta en España a través de la Ley 7/2022 de residuos de envases para una economía circular. En lo referente a los tapones de plástico, su artículo 57 señala textualmente:
“A partir del 3 de julio de 2024, solo se podrán introducir en el mercado los productos de plástico de un solo uso enumerados en la parte C del anexo IV cuyas tapas y tapones permanezcan unidos al recipiente durante la fase de utilización prevista de dicho producto”.
Se refiere en concreto a productos de plástico de un solo uso sujetos a requisitos de ecodiseño, como recipientes para bebidas de hasta tres litros de capacidad; recipientes utilizados para contener líquidos, como las botellas para bebidas, y los envases compuestos para bebidas.
Es decir, en estos envases para bebidas los tapones han de quedar unidos a los mismos por ley.
La opinión de los consumidores
Por desgracia, esto no se ha sabido comunicar correctamente a la población. Ciertas compañías, con buen criterio, se han adelantado a la ley y han puesto en el mercado sus productos con los tapones adheridos al envase. Sin embargo, la población en general, en un principio, ha encontrado la medida poco lógica por la incomodidad de manejar una botella con un tapón que no se desenrosca del todo. Muchos llegan incluso a arrancar el tapón desde el primer momento de apertura del envase, perdiéndose la eficacia del diseño del sistema.
En un sondeo informal realizado a 98 estudiantes de tercer curso de los grados de Ingeniería del Medio Natural e Ingeniería de las Tecnologías Ambientales de la Universidad Politécnica de Madrid (entre 20 y 22 años) referente a la opinión que tenían sobre los tapones adheridos a las botellas, las respuestas fueron las siguientes:
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Al 15 % no les gustaba y les incomodaba la medida.
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Al 78 % les parecía correcta la medida.
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Al 7 % les daba igual.
Del 78 % que veía correcta la medida, aproximadamente algo más de la mitad arrancaban el tapón, señalando que lo dejaban en la misma mesa de consumición, lo enroscaban nuevamente a la botella, lo tiraban donde estuviesen o bien se lo llevaban a casa para su posterior donación.
En definitiva, aunque evidentemente este pequeño sondeo solo sirve para hacernos una idea de las reacciones a la medida, el resultado final no es de lo más satisfactorio.
Nos tendremos que ir acostumbrando
La tipología de estos tapones es variada: a rosca, a presión, sin rosca…, pero claramente nos tendremos que ir acostumbrando a manejarlos de manera adecuada.
En un principio las desventajas para la población son claras: la incomodidad de beber en el mismo envase, derrames del líquido al verter en los vasos, mayor dificultad del cierre en tapones a rosca y peor estanqueidad.
Por otra parte, durante mis visitas a las plantas de clasificación, algunos técnicos han señalado que si el tapón queda adherido al envase en posición abierta, en la clasificación o separación automática mediante sistemas ópticos estos podrían identificarlo como otro tipo de plástico y podrían llegar a separarse como tal erróneamente. Lógicamente es una cuestión de probabilidad que no tiene por qué afectar al rendimiento neto de la planta.Pero como norma, los tapones siempre deben enroscarse o fijarse al envase para su reciclaje.
Además, la fabricación de tapones más complejos conlleva costes asociados que encarecen el envase, pudiendo afectar a empresas y consumidores.
En el diseño y fabricación de tapones y cierres de plástico intervienen sólo unos pocos procesos: el moldeado, la impresión y el control de calidad. La imputación de los costes laborales, los costes energéticos y las mejoras técnicas pueden tener un impacto en los costes de producción, lo que a su vez tiene un impacto en los precios.
Hacer diseños más complejos e imaginativos, como tapas a prueba de niños, cierres específicos y estos adheridos a los envases puede resultar más caro para las empresas. El coste está influido por el grado de complejidad del diseño y la tecnología necesaria. Las grandes compañías generalmente se benefician de las economías de escala, ya que les permiten fabricar tapones y cierres de manera más eficiente y barata. El coste de producción podría ser mayor para las empresas más pequeñas e influir en el producto final y su precio y dejarlas fuera del mercado frente a las grandes.
Como siempre pasa en la sociedad cuando se impone un sistema innovador como el que estamos describiendo, el rechazo inicial es evidente. Al cabo del tiempo se acaba asimilando sin problema alguno y, en el peor de los casos, siempre cabe quitar el tapón y donarlo a una ONG.
Artículo de José Vicente López, Universidad Politécnica de Madrid (UPM).