De litros a datos: la información como nuevo capital de la gestión del agua
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La Inteligencia Artificial (IA) es capaz de crear imágenes y vídeos a partir de unas pocas instrucciones, nos maravilla traduciendo en directo entre diferentes idiomas e incluso puede redactar este mismo artículo; aun así, estamos apenas en los inicios de otra revolución digital. Nunca volveremos a vivir una época en la que la IA y la digitalización realicen “tan” pocas cosas.
Nos encontramos en un momento comparable al de la informática a finales de los años 70, cuando esta tecnología comenzó a salir del ámbito corporativo y a popularizarse en empresas y hogares. En aquel momento se hablaba de kilobytes y hertzios, pero ya se vislumbraba que el futuro sería muy distinto. No solo por la revolución de las herramientas, ya fueran hardware o software, sino por la relevancia de nuestro activo más valioso: la información. Los datos son la materia prima que alimenta nuestras decisiones y estrategias, y esto también se aplica a la gestión del agua.
El impulso tecnológico, imparable, junto a medidas institucionales como son los PERTE de Digitalización convocados por el Ministerio de Transición Ecológica, vienen a transformar nuestra manera de recopilar, analizar e interpretar datos sobre el consumo de agua, su gestión y la infraestructura empleada. El manejo eficiente de esa información será fundamental para optimizar recursos y garantizar un servicio adecuado, pero, además, tendrá un gran impacto social.
La digitalización no solo debe ayudarnos a decidir, sino a concretar sobre lo que debemos decidir.
Por ejemplo, el uso de sensores y la tecnología del Internet de las Cosas (IoT) en la infraestructura hídrica permiten la recolección continua de datos sobre el estado de las redes de suministro y tratamiento de agua. Con ello, no solo proporcionamos una respuesta más rápida ante emergencias, como fugas o contaminación, sino que también nos permite el análisis predictivo, ayudando a anticipar problemas antes de que se conviertan en crisis.
Además, el desarrollo de software avanzado y plataformas analíticas nos permite establecer patrones de funcionamiento que facilitan la predicción y gestión del consumo. No obstante, una vez establecidos estos patrones, también deberemos estar preparados para gestionar la excepción. Este es uno de los retos que, auxiliados por la digitalización, deberemos afrontar las personas: abordar lo impredecible. Y en ello la clave estará en saber utilizar correctamente la información. En definitiva, la digitalización no solo debe ayudarnos a decidir, sino a concretar sobre lo que debemos decidir.
A medida que la información se vuelva más accesible, las administraciones y las personas participaremos de manera más directa de los usos añadidos de la gestión de agua.
En esencia, la digitalización y monitorización de redes hídricas nos permite anticiparnos a picos de demanda y optimizar el suministro. Ahora bien, los patrones de consumo y tratamiento pueden verse alterados drásticamente en situaciones excepcionales como son las sequías prolongadas o los eventos de lluvia intensa. En este contexto, el conocimiento humano y la flexibilidad se convierten en competencias clave.
Así se demostró durante la pandemia. El análisis constante de las aguas del sistema de saneamiento nos permitió conocer la evolución del COVID en nuestras poblaciones, con datos continuos y anticipatorios. Nunca hubiésemos imaginado una situación tan excepcional como para necesitar esa información, pero en esa ocasión estuvimos preparados para gestionar la excepción imprevisible: contábamos con la tecnología y conocimientos necesarios para extraer la información necesaria.
También fue un punto de inflexión en cuanto a nuestra colaboración con otras administraciones. Si hasta ese momento nuestra relación con los departamentos de Salud Pública era a demanda suya (calidad del agua, control de los vertidos) en esta ocasión demostramos que nuestros datos e información eran útiles como anticipatorios de su labor.
De todo ello reafirmamos, al menos, tres circunstancias: que la información es uno de nuestro activos más valiosos y diferenciadores, que nuestro trabajo trasciende la gestión del agua y que, no lo olvidemos, realizamos una labor social fundamental para las personas.
El valor del agua deber ser apreciado y sentido; y el precio, conocido. Y sobre ello actuar en referencia a tarifas, inversiones y catálogo de servicios.
Respecto a la primera cuestión descubrimos que, aun a pesar de contar con una cantidad ingente de información (que irá creciendo exponencialmente), debemos saber discriminarla por relevancia, puntualidad y rigurosidad. En segundo término, constatamos que fuera de nuestro ámbito de trabajo también deben conocer lo que hacemos. Tercero y último: es fundamental recordar que las personas son el centro de nuestro trabajo y el objeto del mismo.
Nuestra labor repercute no solo en el medio ambiente y la salud, sino también en la vida diaria de las personas, incluso más allá de proporcionar agua y saneamiento. Por ejemplo, la digitalización y la telelectura ya nos permiten conocer en qué hogares se produce un consumo inusitado, posiblemente debido a fugas y roturas, pero también en qué domicilio una persona ha dejado de consumir insospechadamente. Es una información importante no solo para los gestores del agua, también para los servicios públicos dedicados a la atención, por ejemplo, de personas mayores.
Por eso, a medida que la información se vuelva más accesible, las administraciones y las personas participaremos de manera más directa de los usos añadidos de la gestión de agua. No solo para emplearla correctamente, para poder reutilizarla y generar riqueza, también para relacionar el agua, un bien y servicio esencial para vida, con todo aquello que hacemos en nuestra vida.
Por ello, la generación de información, pero también el acceso a la misma facilitará el conocimiento, la participación… y la crítica. El interés por la gestión del agua desborda así los aspectos técnicos para ser también objeto de debate social. En algunos casos de cuestionamiento y, esperemos, también de aprecio y presión positiva.
Saber cómo se gestiona el agua y qué resultados tiene también debe acompañarse de comunicación suficiente y veraz sobre lo que cuesta esa gestión: cómo se hace y a qué precio. El valor del agua deber ser apreciado y sentido; y el precio, conocido. Y sobre ello actuar en referencia a tarifas, inversiones y catálogo de servicios.
Cuando las distintas partes implicadas tienen acceso a datos sobre la calidad del agua, su uso y la salud de los ecosistemas, se pueden convertir en aliados en la protección y gestión de este recurso vital. La transparencia en la gestión, facilitada por la digitalización, debe promover la confianza entre las administraciones y la población.
Mirando con perspectiva y aún con excepciones, hoy en día la ciudadanía apenas recuerda periodos de cortes en el suministro urbano o un saneamiento deficiente o inexistente. Apenas recordamos cómo eran las cosas no hace mucho tiempo, pero esa revolución del acceso al agua y su tratamiento posterior, ahora cotidiana y constante, debe dar paso a la siguiente: acabar lo iniciado, iniciar lo desconocido.
Como decíamos, nunca habíamos podido hacer tanto como hoy en día con la digitalización y la IA pero, igualmente, hoy es el día en el que nunca volveremos a hacer “tan” poco. Por ello nuestra misión es lograr que la gestión hídrica se convierta en garantía del agua como recurso accesible y suficiente. La misma misión que nos ha guiado siempre.