Crisis del coronavirus y crisis climática: lecciones de un confinamiento forzado
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La declaración del estado de alarma ante la crisis de la COVID-19 vació las calles españolas. Desaparecieron los coches, se desocuparon oficinas, aeropuertos y tiendas. La vida que conocíamos quedó relegada a una espera casera con el único objetivo de evitar el contagio del coronavirus y salvar vidas.
El cambio más notable fue el uso del coche. El cierre de los colegios y el teletrabajo en muchas empresas nos recluyeron en nuestros hogares. La polución, que cada año mata a miles de personas, se redujo en cuestión de horas, como ya ocurrió antes en China e Italia. Solo en la primera semana de confinamiento, el tráfico por carretera descendió un 60 %.
Según Greenpeace, los valores medios de dióxido de nitrógeno (NO2), el principal gas contaminante emitido por los vehículos, apenas han alcanzado el 40 % del límite fijado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Unión Europea (UE) desde el 10 de marzo, cuando se establecieron las primeras medidas de contención. Y los niveles de concentración no dejan de caer a medida que pasan los días.
“Las estaciones de emisión atmosférica ya están mostrando síntomas claros de descenso de emisiones de dióxido de carbono, de dióxido de nitrógeno, de partículas en suspensión, etc. Esto es obvio porque uno de los mayores emisores en todas las ciudades es el transporte privado”, señala a SINC Javier Andaluz, responsable de Energía y Clima de Ecologistas en Acción.
Tras las medidas de contención adoptadas, las concentraciones de NO2 han disminuido una media del 64 % en las principales ciudades españolas. Barcelona, con un 83 %, registra el mayor descenso, seguidas de Madrid, con un 73 %, y Valencia, con un 64 %, según un estudio de la Universidad Politécnica de Valencia.
Los científicos analizaron imágenes satelitales de la misión Sentinel-5P del programa Copernicus de la Agencia Espacial Europea (ESA) durante los periodos 10-14 de marzo y 15-20 de marzo y realizaron mapas sobre los niveles de este gas, indicador de la calidad del aire. “Altas concentraciones pueden afectar al sistema respiratorio y agravar ciertas patologías. Además, está relacionado con la formación de lluvia ácida”, destaca Elena Sánchez-García, investigadora de la UPV.
El reducido uso del coche tendrá efectos positivos en la atmósfera a corto plazo. “Las emisiones volverán a ser parecidas después y seguirán sometiendo a problemas respiratorios a toda la sociedad por la contaminación”, lamenta Andaluz.
Cuando pase la actual crisis de la COVID-19, la sociedad seguirá afrontando otra que se lleva alertando desde hace décadas: la emergencia climática, como fue declarada por el Gobierno español el pasado 21 de enero.
Cambio de hábitos diarios
Muchas de las costumbres que hemos dejado para superar la pandemia también servirían para la lucha climática. ¿Qué nos impide actuar entonces frente a esta crisis?
“Las sociedades solo reaccionan cuando hay un impacto negativo muy fuerte, como es el caso del coronavirus. Pero tenemos predicciones muy fuertes de que el cambio climático está incrementando los impactos de distinto tipo”, explica a SINC Jofre Carnicer, profesor de Ecología de la Universidad de Barcelona e investigador del CREAF y del IRBio.
Además del uso del coche durante la crisis de la COVID-19, las personas han dejado de hacer turismo, de consumir innecesariamente, de viajar en avión para una reunión de pocas horas, contribuyendo a generar menos emisiones de dióxido de carbono. Estos cambios se han producido a todos los niveles, incluso en las más altas esferas de la Unión Europea. “Ahora vemos que pueden hacer un consejo europeo online”, comenta Javier Andaluz.
A pesar de las consecuencias económicas del parón laboral en muchos sectores, la sociedad, recluida en casa, también ha empezado a ser consciente de su propio consumo energético y de la importancia de tener centros locales de comercialización de productos desde las huertas a pocos kilómetros.
“Hay mucha gente que por fin se está dando cuenta del valor que supone tener un suministro de comida de calidad en el día, fresca, y de temporada que no depende de si te viene un barco de Argentina o de África”, subraya a SINC Andreu Escrivà, ambientólogo y doctor en Biodiversidad, que espera que salgamos de la crisis con una concepción más colectiva y más humana del consumo responsable.
Aquí entra en juego el sentimiento de colectividad. Al acatar la cuarentena se ha antepuesto el bien común al individual. “La crisis del coronavirus va a derribar algunos mitos que había, como el teletrabajo frente a esa movilidad continua y perpetua del sistema económico en el que vivimos”, apunta Andaluz.
Los impactos del día a día
Cuando existe voluntad social y política, la sociedad es capaz de tomar medidas que hace un mes hubieran sido impensables. En el caso de la COVID-19, los cambios de hábitos y de estilo de vida han sido asumidos por la cuidadanía por el número de fallecimientos y afectados, y por la saturación del sistema sanitario.
“En todas las guerras mundiales ha habido cambios impresionantes y las sociedades los han superado, pero se tiende a esperar a que haya una presión externa que los fuerce”, prosigue Carnicer.
Los impactos negativos del cambio climático sobre la salud ya son considerables. De hecho, la malnutrición, el paludismo, la diarrea y el estrés calórico relacionados con él causarán unas 250.000 muertes adicionales cada año entre 2030 y 2050, según la OMS. Sin embargo, “todavía no han generado una situación que afecte de forma contundente en escenarios de cotidianeidad”, añade el investigador de la UB.
Buscar respuestas inmediatas
“No hay reacción social. Hay una asimetría en las reacciones ante las crisis”, reflexiona Carnicer. Las encuestas realizadas al respecto son clarificadoras: un alto porcentaje de personas cree que el cambio climático es real, pero la proporción de gente que cree que le afectará es muy inferior.
“Todos asumimos que hay gente que sufrirá, pero nadie piensa que le va a tocar. Con el coronavirus tienes una percepción real de que te puedes contagiar y de forma muy inmediata”, declara Escrivà, autor del libro Y ahora yo qué hago que se publicará próximamente.
Desde los poderes políticos, las reacciones son lentas, pero existen. En España, la Ley de Cambio Climático y Transición Ecológica verá pronto la luz. Sin embargo, en el ciudadano las reacciones son pequeñas e insuficientes. “La gente está muy inmersa en sus vidas cotidianas y el cambio climático no afecta a sus decisiones diarias”, subraya Carnicer.
La causa de este desequilibrio también es una cuestión de tiempo y de caracterización. “El coronavirus es muy rápido y tienes una ventana de oportunidad de un mes para atacarlo, mientras que el cambio climático, desde que en los años 80 empezamos a tomarnos en serio el problema, siempre se ha visto a largo plazo”, dice el activista de Ecologistas en Acción.
Las medidas para paliar la crisis climática se han ido posponiendo mientras los problemas crecían a lo largo de varias décadas. “Ese crecimiento que vemos en el coronavirus hasta llegar al pico y el descenso se produce en un mes, y en el cambio climático se va a producir más o menos en un siglo”, ilustra Andaluz.
Por otra parte, es fácil asociar problemas respiratorios con una enfermedad, pero “no ves la relación entre el cambio climático y la falta de alimentos”, explica el responsable de Energía y Clima de la ONG. “Ves una sequía, pero necesitas más conocimientos para entender que procede del cambio climático”, continúa.
La rutina después del COVID-19
Una vez que acabe la emergencia sanitaria actual y finalice la cuarentena, habrá un efecto rebote para hacer lo que hacíamos antes incluso con más intensidad. “Eso sería lo previsible. Lo que a mí me gustaría es que esto sirviese para replantearnos en qué situaciones nos hacen falta el coche, consumir o coger un avión para asistir a una reunión”, indica Escrivà.
¿Será posible mantener algunos de los buenos hábitos que estamos adoptando? Lo primero es entender qué significa el concepto “crisis” cuando hablamos de cambio climático. “Hasta ahora lo hemos banalizado”, lamenta el ambientólogo, quien pide que se actúe en consecuencia.
“Lo coherente es que cuando se acabe la crisis sanitaria superurgente del coronavirus, entendamos que hay otra crisis a largo plazo que ya está teniendo efectos y también demanda acción”, añade. Para ello, habrá que tener en cuenta qué está dispuesta a hacer la ciudadanía.
Los esfuerzos no serán tan radicales como en el caso de la COVID-19. “Impulsar de verdad la transición energética y combatir el cambio climático sería menos drástico que esto”, afirma Escrivà. “Puede ser mucho más gradual y más suave. No habría prohibiciones de este estilo”, continúa.
Además, muchas de las cosas que las personas han dejado de hacer durante el confinamiento como salir a pasear, a correr, ir en bici o tomar algo en una terraza con amigos tienen muy poca huella. “El deseo prioritario de la gente es el contacto humano”, dice el experto.
“Si salimos de esta crisis con la sensación de conectividad, de defender el bien común, de cuidarse, de tejer entre todos una especie de red que amortigüe los impactos, ya tenemos mucho ganado. Si además somos conscientes de que los sacrificios van a ser menos dolorosos que la crisis del coronavirus, es también un punto a favor”, constata. El individualismo, uno de los causantes de la mala respuesta al cambio climático, se vería atacado.
“De esta crisis debemos salir con un contrato social reforzado que nos permita adoptar esas medidas necesarias, explicarlas bien y cuando toque asumir momentos duros en cuanto a restricciones o de cambios de comportamiento serios, hacerlo”, zanja.
Artículo publicado en SINC