No diga cambio climático, diga crisis del agua
Por Óscar Menéndez, RETEMA.
La gestión de los recursos hídricos y los fenómenos climáticos extremos en un contexto de cambio climático requiere de una visión holística e integral de la gestión agua. El desafío y la solución a la crisis del agua está en la gobernanza.
Ya nadie niega la realidad del cambio climático. El consenso científico e incluso las evidencias de los fenómenos extremos atmosféricos de los últimos tiempos ha permitido que la sociedad asuma la realidad del antropoceno. Vivimos en un mundo que ya ha cambiado y que todavía puede transformarse aún más. En esta realidad de emergencia climática, gran parte de las medidas adoptadas y también reclamadas pasan por la reducción de la emisión de gases como el CO2 o el metano. El objetivo es mitigar el efecto invernadero y evitar, en la medida de lo posible, que el aumento de las temperaturas siga su escalada.
Ningún experto duda de la necesidad de mitigar el cambio climático. Pero la crisis ya ha empezado a demostrar sus efectos. El mismo IPCC (Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas) ha asumido que, además de incidir en reducir las emisiones de gases, ha llegado el momento de arrimar el hombro a la hora de adaptarse a las transformaciones. Incluso en un futuro idílico, con vistas a emisiones cero en 2050, tendremos que asumir importantes transformaciones en nuestro clima. Es decir, la emergencia climática es ya una realidad de la que estamos viviendo sus consecuencias y de las que es difícil que tengamos, al menos a corto plazo, una solución. Los acontecimientos climáticos extremos han venido para quedarse. Los científicos coinciden así en un imperativo categórico: ya se trabaja en la mitigación, pero ahora tenemos que trabajar en la adaptación a todas estas transformaciones.
Y seguramente el principal efecto de esta crisis en nuestro día a día sea la relación de los humanos con el agua. Tenemos y tendremos menos agua y el agua vendrá en episodios meteorológicos de gran magnitud. Es decir, más sequias. Pero también más inundaciones. “El cambio climático provoca una mayor incidencia de eventos naturales extremos, como inundaciones y sequías, explica Encarnación Esteban, investigadora del Instituto Agroalimentario de Aragón (IA2). El fallo es que encima todo ese agua torrencial genera un daño brutal, pero no es capaz tampoco de ayudar a la tierra. Genera daños en los ecosistemas y ni siquiera se queda embalsada, se pierde”.
"Necesitamos completar el papel que juegan las infraestructuras grises. Y lo podemos hacer con sistemas basados en la gestión del ecosistema, es decir, soluciones basadas en la naturaleza", destaca Gonzalo Delacámara, Director del Departamento de Economía del Agua del Instituto IMDEA Agua.
Y ese escenario no es una posibilidad de futuro, sino un realidad cotidiana. Lo cuenta Gonzalo Delacámara, director del Departamento de Economía del Agua del Instituto IMDEA Agua: “El cambio climático es esencialmente un cambio del ciclo hidrológico. Su primera manifestación es precisamente una alteración del ciclo hidrológico, que incluye desde deshielo de glaciares hasta la alteración de los casquetes polares, y un cambio de corrientes marinas. Todo está vinculado con el ciclo hídrico que, en su manifestación más visible, produce sobre todo dos eventos climáticos y meteorológicos extremos, como son las sequías y las inundaciones”.
Históricamente se ha pensado que las denominadas infraestructuras grises podrían ser la única solución para estos problemas. Pero este investigador, que es también asesor de la Comisión Europea, la Organización de las Naciones Unidas, la OCDE y el Banco Mundial, pide ir más allá: “Hay una apuesta creciente por soluciones basadas en la naturaleza. Y no centrada sólo en las infraestructuras convencionales. Necesitamos completar el papel que juegan las infraestructuras grises, que son elementos especializados de los sistemas de gestión del agua. Y lo podemos hacer con sistemas basados en la gestión del ecosistema, es decir, soluciones basadas en la naturaleza, que pueden tener múltiples beneficios para la sociedad”.
Históricamente se ha pensado que muchas inundaciones estaban causadas por la suciedad de los lechos de los ríos y que bastaba con limpiar periódicamente los cauces para evitar las riadas. Curiosamente en la actualidad los científicos trabajan en una idea completamente opuesta: aprovechar las biomasas para pacificar los caudales, pero también para frenar escorrentías. “Tenemos que favorecer los procesos naturales que tiene el territorio para almacenar esa agua, analiza Fernando Magdaleno, profesor de la Universidad Politécnica de Madrid. Podemos hacerlo diferenciando las soluciones para cada uno de los diferentes sectores: el forestal, el agrícola, el urbano y el puramente fluvial. Y utilizando en cada uno de esos ámbitos las posibilidades que nos ofrece la propia naturaleza”.
Los científicos insisten en que el objetivo consiste en combinar las conocidas infraestructuras grises, que son imprescindibles, con un nuevo concepto de infraestructuras verdes, centradas en las posibilidades que nos ofrece la propia naturaleza.
En el caso urbano, por ejemplo, el objetivo es la llamada ciudad esponja. Se trata de una urbe capaz de almacenar y retener parte de la precipitación súbita que puede aparecer cuando hay episodios extremos, para que luego la liberación de sus caudales a los cauces circundantes e incluso al subsuelo sea paulatina.
“El objetivo es favorecer que los ríos urbanos tengan una mayor capacidad para albergar las inundaciones, asevera Magdaleno. Si incrementamos el espacio de los ríos utilizando sistemas de drenaje sostenible hacemos que las aguas de las tormentas lleguen más lentamente a los cauces, con lo cual se evitan las crecidas súbitas”. Otra opción consiste en la creación de zonas verdes inundables. Es decir, espacios periurbanos y urbanos que se pueden adaptar como zonas verdes, pero que además tienen la capacidad para almacenar agua cuando hay episodios críticos. A ello habría que sumar otras ventajas: representan un refugio para la diversidad biológica, ofrecen zonas de infiltración y mejoran el paisaje.
Un ejemplo sería la ciudad de Arnhem, en Países Bajos, una nación que precisamente está muy concienciada y tiene una gran experiencia en los problemas asociados al agua. En el Meinerswijk City Park de la urbe neerlandesa se ha trabajado sobre una de las márgenes del río, en una antigua zona extractiva de gravas y con mucha degradación, para convertirla en el mayor parque inundable de toda Europa. Esa amplia zona ocupa 300 hectáreas y recoge las aguas en caso de sobreelevación súbita, donde quedan almacenadas para posteriormente ser liberadas lentamente. En el tiempo en el que no está el río crecido funciona como zona verde y se ha convertido así en un pulmón para la ciudad, donde hay infraestructuras ciclistas, peatonales y también espacios forestales.
Otra apuesta europea la encontramos en el Enghaveparken de Copenhague, que nació tras las terribles tormentas de 2011 en Dinamarca. Allí se ha generado un parque inundable, que contiene zonas deportivas en la que todos los elementos del mobiliario están preparados para ser inundados. Cuenta con una capacidad de almacenamiento de 24.000 metros cúbicos.
Pero España no ha ido a la zaga. Y uno de los mejores ejemplos de espacio inundable sería el Parque de la Marjal, en Alicante, con un vaso de contención de 45.000 metros cúbicos. En el tiempo en que no está inundado este espacio se ha convertido en un verdadero centro de interpretación de los marjales, los humedales naturales valencianos, que incluye miradores divulgativos, zonas de paseo y circuitos de bicicletas.
En el caso de los entornos agrícolas también hay una tendencia a aprovechar las capacidades naturales de los territorios. “Se está incrementando el espacio fluvial de las zonas agrícolas, buscando que haya una capacidad del río para tener una libertad mayor y para que sea el propio cauce el retenedor de esos escorrentía y de esos sedimentos que vienen de zonas agrícolas”, explica Fernando Magdaleno en referencia a las cuencas.
En el caso más localizado de las parcelas, se pretende volver a las prácticas históricas de conservación de suelos: “La idea es que las parcelas recuperen los setos, los ribazos, las lindes, toda esa trama que permitía que la retención fuera mayor”. Esos espacios, además fomentan la biodiversidad, incrementando la polinización, que a su vez mejora los propios cultivos. Además, funcionan como cortavientos, algo también muy importante para el rendimiento agrícola. Todo ello sin olvidar su función primaria: ralentizar la escorrentía que se produce súbitamente cuando hay episodios de aguaceros.
Finalmente, los entornos forestales también cuentan con sus propias soluciones. Se está trabajando en prácticas de gestión forestal centradas en la composición de los bosques, fomentando el uso del suelo para que esté más preparado para absorber esa agua. Para ello, se utilizan densidades forestales mejor adaptadas a la precipitación de cada territorio o se favorece la creación de mosaicos vegetales que incluyen matorral y no sólo formaciones arbóreas. Magdaleno define el objetivo: “Que no solo sea una cuestión productiva o paisajística o de refugio, sino que sea a la vez todas esas cosas. Y que nos aporte soluciones multidimensionales a problemas que son clásicos y que ahora se aceleran”.
Las medidas para adaptarse al cambio climático representan un cambio de paradigma. Se trata de fomentar la innovación, no sólo en el ámbito tecnológico, sino también la innovación social, financiera e institucional.
Todas estas soluciones basadas en los recursos naturales tiene un alto valor añadido. No son sólo técnicas para retener y taponar las inundaciones. El agua retenida también favorece la infiltración y recarga los acuíferos. No sólo se evita el fenómenos extremo de las inundaciones sino que también se facilita que no se pierda todo ese caudal hídrico. Es decir, se combate indirectamente la sequía.
Los científicos insisten en que el objetivo consiste en combinar las conocidas infraestructuras grises, que son imprescindibles, con un nuevo concepto de infraestructuras verdes, centradas en las posibilidades que nos ofrece la propia naturaleza. No se pueden abandonar soluciones como los tanques de tormenta, las plantas de desalación o las plantas de reutilización de agua que aprovechan los beneficios de la economía circular. Pero hay que unirlas a otras soluciones centradas en el territorio y en las posibilidades de cada uno de los ecosistemas.
Ya no son soluciones tipo tirita para resolver problemas, sino que requieren una visión mucho más integrada. No sólo del territorio sino también de los actores que intervienen en él. Es decir, es necesario implicar no sólo a diferentes administraciones, sino a la iniciativa privada y al resto de agentes, como los agricultores y los ganaderos. “Es verdad que en ocasiones esta diversidad complica las acciones, insiste Magdaleno. Pero también favorece la implantación de soluciones asumidas por todos los actores, cosa que no ocurre en otras ocasiones en las que solamente uno de ellos interviene y los demás son testigos y a veces son contrarios. Pero realmente estamos obligados a ir en ese camino. Va a ser difícil que, ante los retos que tenemos planteados, no haya soluciones claramente integradas que no pasen por esa visión territorial y de colaboración entre todos los actores”.
“Hay muchos jugadores, muchos agentes implicados, y eso provoca que la gestión se complique mucho. Entonces habrá que convencer a esos agentes y habrá que hacer buscar consensos. Es la única solución”, destaca Encarna Esteban.
Esa combinación entre actuaciones locales y planificación global requiere, por añadidura, un esfuerzo estratégico en el que se integren todas las actuaciones. O en el que, al menos, están actuaciones tengan una mirada común. Lo explica Gonzalo de la Cámara: “Aceptemos incluso que la política consista en poner parches. Pero no es lo mismo ponerlos si tienes el patchwork en la cabeza, si sabes en qué colcha van a ir integrados. Necesitamos una visión de conjunto para que todo tenga cierta coherencia interna. Cualquier parche que pongamos tiene mucho más sentido si tiene una visión integral, no solo sobre la política de agua, sino sobre el modelo de desarrollo económico y social del país”.
El problema añadido consiste en que, independientemente de todas estas acciones, seguiremos teniendo un problema de falta de suministro. Y hace falta cambiar la cultura del agua. “Podemos modernizarlo todo, y ello hará que se use el agua de una manera más racional, analiza Encarna Esteban. El problema consiste en que la modernización tiene un efecto rebote. Es decir, cuando eres más eficiente utilizando el agua y hay agua suficiente, no hay más restricciones. Y entonces se aumentan las tierras de cultivo. Por lo tanto, muchas veces la modernización sin ninguna otra medida de control genera un mayor uso de agua”.
Las medidas para adaptarse al cambio climático representan en verdad un cambio de paradigma. Hasta ahora muchas de las soluciones, si no prácticamente todas, han optado por centrar en la tecnología y por entender que la solución pasa obligatoriamente por eso tipo de opciones. Y parece que se trata de otra cosa, de fomentar la innovación. Pero no sólo en el ámbito tecnológico, sino también la innovación social, financiera e institucional. Y también la innovación económica, puesto que muchas de las medidas requieren de esfuerzos en la inversión.
“Se ha vendido la idea de que todo es un reto tecnológico, pero es todo lo contrario, insiste Gonzalo de la Cámara. Por mucho que haya retos tecnológicos en esencia podemos decir que los desafíos tecnológicos básicos para enfrentarnos a este tipo de retos están resueltos, aunque a veces falte completar la penetración de determinadas tecnologías en la escala correcta. El desafío no es solo de conocimiento, no es un problema de ignorancia, de que no sepamos cómo resolver los problemas que hay. El desafío es fundamentalmente un desafío de gobernanza”.
La Constitución hídrica
El agua es el bien más preciado e imprescindible de la humanidad. Esta evidencia histórica se ha multiplicado con la llegada del cambio climático. Si esta crisis global tiene una cara es la de los problemas hídricos, con esa paradoja de la llegada de cada vez más inundaciones unidas a mayores sequías.
Son numerosas las referencias normativas globales a los derechos del agua. Sin embargo, apenas un par de decenas de constituciones en todo el mundo hacen referencia explícita a su uso sostenible o equilibrado. En Chile quieren dar un paso más y convertirse en el primer país del mundo en referenciar explícitamente el uso sostenible del agua, dentro del contexto del cambio climático. El caso de Chile no es casualidad. El país ha vivido una sequía persistente ininterrumpida de 12 años. Y el último informe del IPCC confirma los peores augurios para dicha zona sudamericana, con aumento de las sequías y de las olas de calor.
En la actualidad el país andino se encuentra en pleno proceso constituyente, con un órgano elegido por elección ciudadana directa, la llamada Convención Constitucional, con el dictado de generar un nueva constitución que a su vez pueda ser sufragada en el año 2022. Y son numerosas las voces que se alzan pidiendo la inclusión no sólo del derecho al agua sino también de la gestión sostenible de este recurso.
De hecho, el Foro Constitucional de la Universidad Pontificia de Chile ha establecido la necesidad del reconocimiento en la carta magna de las llamadas “multiplicidad de funciones y valores del agua”. Entre ellas, la consagración de los derechos humanos al agua y al saneamiento, la determinación de la naturaleza jurídica del agua, el establecimiento del mecanismo y criterios de asignación de usos de aguas, así como la definición de directrices aplicables a la institucionalidad del agua
Chile, en cualquier caso, parece intentar adelantarse a un país como Francia, donde ya existe una propuesta para incorporar en su carta magna “el deber del Estado de preservar la biodiversidad y el medio ambiente, y de luchar contra el cambio climático”.
Esto demuestra que el páis es un país actualmente centrado en la resolución de los problemas hídricos. Una muestra de ello, además, es su implicación en la solución de los problemas de las inundaciones basados en estrategias de utilización de recursos naturales. El ejemplo más paradigmático seguramente sea el del Zanjón de la Aguada, un cauce tradicionalmente objeto de inundaciones. Como su propio nombre indica, esta era una zona de inundaciones tradicionales que se ha visto inmersa en un proceso de transformación en los últimos diez años. El objetivo consiste en convertirlo en un parque inundable, de 41 hectáreas en casi cinco kilómetros de extensión, en la que coexistan ciclovías, zonas de paseo, parques de skate y numerosas infraestructuras de ocio y naturales, en lo que actualmente es el Parque Inundable Víctor Jara.