Lecciones de una pandemia para resolver la crisis medioambiental
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Por Pedro Linares, Universidad Pontificia Comillas
El confinamiento que vivimos en muchas regiones del mundo para luchar contra la pandemia de la COVID-19 –uno de los mayores desastres globales desde la II Guerra Mundial– está teniendo algunos efectos sobre el medioambiente que invitan a reflexionar. En la medida de lo posible, podemos extraer algunas lecciones tanto sobre dichos efectos como sobre las acciones a adoptar.
La reducción de la actividad económica y de los desplazamientos asociada a las medidas adoptadas para reducir los contagios está produciendo mejoras en la contaminación local y en las emisiones de CO2. Incluso los canales de Venecia están más limpios.
Los efectos sobre las emisiones de CO2 y sobre las concentraciones de NO2 en China se han asociado a la cuarentena en Wuhan y otras regiones. Este mismo patrón se repite en Italia y en España.
Dichos efectos eran esperables. Como ya nos contaban Barry Commoner, John Holdren y Paul Ehrlich en los años 70 con su famosa identidad IPAT –luego adaptada al problema del cambio climático por Yoichi Kaya–, las emisiones de contaminantes, como cualquier otro impacto ambiental, pueden descomponerse típicamente en varios factores: la población, la actividad económica (medida en renta per cápita) y la intensidad en emisiones de dicha actividad económica.
El peso de la actividad económica y el transporte
Si observamos las últimas series, vemos cómo la actividad económica es la más importante de ellas: en las últimas décadas la renta per cápita ha sido el principal motor del aumento de emisiones de CO2 a nivel global. Lo mismo sucede cuando realizamos una descomposición de emisiones de CO2 en España desde 2008.
En nuestro país, además, el confinamiento se nota especialmente porque el principal sector emisor de CO2 y de otros contaminantes atmosféricos es el transporte: produce el 27 % del dióxido de carbono y es responsable en un 80 % de los daños de los contaminantes atmosféricos en las ciudades. Cuando reducimos nuestra movilidad y la demanda de combustibles, es de esperar que baje la contaminación local y también las emisiones de CO2.
En España, la demanda de combustibles de automoción ha caído un 40 % (más de la gasolina que del gasóleo, seguramente porque el segundo está más asociado a actividades productivas que no se han detenido). Los de aviación, un 64 %.
Reducciones locales vs. globales
Es importante tener en cuenta que la reducción de los impactos ambientales tiene lugar a escalas temporales distintas.
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En el caso de la contaminación local, los efectos de la reducción de emisiones son casi inmediatos.
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Los efectos de la disminución de CO2 los observaremos de forma mucho más mitigada (o casi imperceptible) porque lo importante no es la emisión puntual, sino su acumulación en la atmósfera. Como la molécula de CO2 tarda 200 años en degradarse, todos los cambios en la concentración son muy lentos y sujetos a mucha inercia.
Estamos dispuestos a cambiar temporalmente
Muchas voces hablan sobre los paralelismos entre las respuestas a las crisis. Algunos comparan la crisis del coronavirus con la del cambio climático: dicen que la primera se percibe como más cercana y urgente. Esto explica una respuesta drástica.
También influye que el confinamiento y los sacrificios asociados sean en este caso algo temporal. Los cambios de comportamiento necesarios para luchar contra el cambio climático serían permanentes.
Además, vemos la solución al coronavirus a nuestro alcance. En el caso del cambio climático todo parece mucho más complejo y necesitado de la colaboración internacional.
Todo lo anterior explica, seguramente, que estemos dispuestos a adoptar medidas muy costosas a corto plazo, algo que no sucede con el calentamiento global. ¿Seremos capaces de trasladar este sentido de urgencia, e incluso miedo positivo, a la lucha contra la crisis climática?
Medidas y cambios en la salida de la crisis
El segundo grupo de lecciones tienen que ver con la relación entre la desarrollo económico y el impacto ambiental y si seremos capaces de modificarla y aprovechar esta situación para aprender a desacoplar más ambos factores. Esto es muy importante porque en algún momento se extinguirá la crisis y volveremos a nuestra vida normal.
La actividad económica se recuperará (ojalá) a niveles cercanos a los normales. ¿Seremos capaces entonces de teletrabajar tanto como hacemos estos días, de no salir de casa y no utilizar el vehículo privado? ¿Usaremos más las reuniones por videoconferencia en lugar del avión? ¿Podremos sobrevivir sin nuestro modelo consumista?
Existen tres líneas de propuestas en este sentido para convertir la crisis en una oportunidad:
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Aplicación de parámetros verdes en la recuperación de las inversiones tras la crisis: invirtiendo en eficiencia energética, sustituyendo combustibles fósiles por renovables, cambiando los patrones de urbanismo, desarrollando nuevos procesos más limpios…
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Modificación de nuestros comportamientos, manteniendo tasas bajas de movilidad para un mismo nivel de actividad económica y apoyándonos en una fiscalidad que asiente comportamientos sostenibles.
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Fomento de cambios en las dinámicas de polarización política. Para la sociedad civil, esta crisis puede impulsar el espíritu colectivo que tanto necesitamos. El riesgo es que algunos políticos lo aprovechen con fines partidistas.
Es difícil saber qué pasará. Ojalá prime la responsabilidad, y que esta crisis también nos sirva para identificar a los verdaderos líderes, a los que de verdad se preocupan por el bien común. Y que estos líderes sepan asimilar las lecciones del coronavirus para enfrentar la crisis ambiental.