La seguridad hídrica, el gran desafío del Mediterráneo
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El Mediterráneo es una de las “zonas cero” del cambio climático en el planeta. Se calcula que el aumento de temperatura será un 20% superior al de la media del resto del mundo. Ello supone que los 500 millones de personas que viven alrededor del Mare Nostrum tendrán que hacer frente antes que los habitantes de otras zonas geográficas a los demoledores efectos del calentamiento global. El Mediterráneo será un gran banco de pruebas para encontrar soluciones que permitan mitigar los efectos de la crisis climática en todas las áreas de actividad humana y en todos los ecosistemas. La responsabilidad es enorme y es necesario ponerse manos a la obra ya para articular un nuevo consenso social que permita hacer frente a un escenario desconocido hasta ahora. El agua debe estar en el centro del debate, pero también su interrelación con otros vectores fundamentales como la energía y la producción de alimentos.
Conocer y gestionar las interconexiones entre el agua, la energía y los alimentos es la asignatura pendiente para abordar el reto climático.
El aumento de la temperatura de la región mediterránea ha llegado ya a los 1,5 grados respecto a los niveles preindustriales. Lo que viene —si no se toman medidas adicionales de reducción de los gases de efecto invernadero que sobrecalientan el planeta— es mucho peor: para 2040 ese incremento llegará a los 2,2 grados y posiblemente superará los 3,8 en algunas zonas de la cuenca en 2100. Además, en solo dos décadas 250 millones de personas sufrirán pobreza hídrica en la zona por las sequías.
La gestión del agua, el elemento que permitió al Mediterráneo ser cuna de civilizaciones, es determinante para garantizar el futuro de la vida tal y como la conocemos hoy en día. Lograr la seguridad hídrica en el área mediterránea, una de las regiones con mayor escasez de agua en el mundo, es sin duda un gran desafío. La inestabilidad social, las migraciones, las crisis geopolíticas, el futuro del empleo y la gestión de numerosos conflictos están directamente relacionados con el acceso a los recursos hídricos, especialmente en una región como esta en la que el sector primario supone el sustento para una gran parte de la población en muchos países.
A los problemas derivados del cambio climático se suma ahora el impacto de la pandemia de COVID-19, que ha agravado la situación socioeconómica en la zona y ha repercutido en todos los engranajes relacionados con los sistemas hídricos y alimentarios. La agricultura usa entre el 70 y el 80% del agua disponible en la región. La alta demanda de agua para riego genera problemas concretos de cantidad y calidad de agua en el Mediterráneo, siendo los países del sur y del este más escasos de agua, y más propensos a sufrir el impacto negativo del cambio climático y, por tanto, los más afectados por la situación.
Debate sobre los usos del agua
En este contexto, resulta fundamental abrir un debate social sobre los usos del agua que permita equilibrar una demanda que es insostenible en la actualidad. Los usos agrícolas, urbanos, industriales, turísticos y para obtención de energía crean una demanda muy difícil de equilibrar con el agua disponible. Por ello, es necesario establecer métodos transparentes para priorizar usos que compiten entre sí. La agricultura lleva las de perder porque es el mayor usuario y porque en muchos lugares su uso del agua no conlleva precio, lo que resulta difícilmente sostenible.
En un contexto como el actual, resulta fundamental abrir un debate social sobre los usos del agua que permita equilibrar una demanda que es insostenible en la actualidad.
Encontrar una nueva gobernanza del agua es un objetivo estratégico para el futuro de todo el planeta, pero resulta más urgente aún los países mediterráneos. Un área que une tres continentes y que necesita pensar en estrategias inteligentes para abordar los nuevos desafíos que se plantean tanto en las ciudades, donde el crecimiento de la población es imparable, como en las zonas rurales, donde la producción de alimentos debe ser sostenible hídrica y ambientalmente. Algunos enfoques para una mejor gestión del agua ya están disponibles, pero necesitan una adopción más generalizada.
La gran revolución pendiente es un cambio de visión que permita abordar de manera global todos los factores que están interrelacionados. Agua, energía y alimentación representan los tres vértices de un triángulo indisociable para la vida y el desarrollo humano en el que fluyen las sinergias pero en el que también aumentan cada vez más las tensiones. Conocer y aprovechar las interconexiones y realizar una aproximación holística a los ecosistemas es vital para un cambio de paradigma productivo y para responder a los desafíos del área mediterránea. Por ello, el debate social para discutir la demandas a priorizar debe abordar necesariamente el denominado nexo WEFE (Water, Energy, Food and Ecosystems).
El crecimiento demográfico en la región exacerba las tensiones y por ello es urgente tomar decisiones que tienen un gran impacto, social, económico, político y ambiental. Hasta ahora, la implementación del citado nexo de elementos ha sido limitada en el Mediterráneo, principalmente debido al enfoque tradicional de planificación y gestión de recursos (“mentalidad de silo”) y la falta de experiencia y conocimiento de los beneficios que puede traer esta gestión integral. Pero sin duda, los vínculos entre los diferentes sectores (agua, alimentos, energía, así como ecosistemas) deben explorarse mejor e integrarse en las políticas y prácticas de gestión.
La gran revolución pendiente es un cambio de visión que permita abordar de manera global todos los factores que están interrelacionados: agua, energía y alimentación.
En este contexto, la investigación y la innovación tienen una importancia fundamental, ya que pueden aportar pruebas a los responsables de las políticas y las decisiones de que el nexo WEFE es el enfoque correcto para gestionar los recursos de una forma más integrada, equilibrada y equitativa. Cualquier solución debe además incluir su sostenibilidad como factor clave en una región en la que el cambio climático y la demografía aumentan la demanda de agua. La sostenibilidad es ya una parte esencial de todos los esfuerzos de investigación e innovación para el denominado enfoque WEFE.
PRIMA, innovación sostenible ante los nuevos retos
PRIMA (Asociación para la Investigación y la Innovación en el Mediterráneo), con sede en Barcelona, es un catalizador del talento científico y de los actores del sector del agua para innovar y optimizar de forma sostenible y eficiente todos los usos del agua. Se trata de una iniciativa de 19 países ribereños, 11 de la UE y ocho no europeos que ha financiado ya el trabajo de 1.200 equipos científicos. Con un presupuesto de cerca de 500 millones de euros, provenientes de las contribuciones de sus miembros y de la UE, financia proyectos de investigación e innovación que incluyen, necesariamente, equipos de ambas riberas del Mediterráneo en todos ellos. Además de la gestión del agua, PRIMA promueve la innovación en la agricultura y en toda la cadena de valor del sistema agro-alimentario.
Sin gestionar la demanda, la tecnología no tiene la capacidad para revolver la situación por sí misma. La tecnología no es la solución para el problema del agua.
Sustain-COAST, dirigido por la Universidad Técnica de Creta (TUC) y compuesto por un equipo multidisciplinario de seis países (Alemania, Grecia, Italia, Túnez, Turquí y Francia), es uno de nuestros proyectos emblemáticos. Busca contribuir a mejorar la gobernanza de los recursos hídricos del Mediterráneo a través de un proyecto de investigación colaborativa. Se trata de explorar enfoques innovadores de gobernanza de los acuíferos costeros entre múltiples usuarios y beneficiarios del agua, teniendo en cuenta las incertidumbres derivadas de las condiciones climáticas cambiantes. Los objetivos son mejorar la gestión y mitigar la contaminación de los recursos hídricos, aplicar principios de buena gobernanza (equidad, legitimidad, eficiencia, transparencia y rendición de cuentas), así como impulsar la descentralización, dar más participación a la sociedad civil en la toma de decisiones y fomentar sólidas alianzas público-privadas.
Por su parte, WATERMED 4.0, un proyecto coordinado por la Universidad de Murcia (UMU) en el que participan cinco países (España, Argelia, Alemania, Marruecos y Turquía), busca desarrollar un sistema integrado de apoyo a la toma de decisiones basado en Internet of Things (IoT) y el big data. La digitalización se pone al servicio de la agricultura mediterránea y de la gestión de todo el ciclo del agua gracias a una plataforma de acceso abierto a todos los actores interesados. Los datos se obtendrán y elaborarán no solo desde un punto de vista tecnológico o sanitario, sino desde una perspectiva socioeconómica integrada que incluye el agua regenerada, la reutilización y protocolos de comunicaciones de teledetección, así como el análisis de las aplicaciones agro-fotovoltaicas (APV) con respecto a la reducción de las necesidades de riego.
No obstante, sin gestionar la demanda la tecnología no tiene la capacidad para revolver la situación por sí misma. La tecnología no es la solución para el problema del agua. Puede ayudar, pero es esencial un debate social para decidir cómo se aborda la demanda. Dentro de la agricultura, una de las grandes demandantes de agua, hay que entender que el agua es cara, pero el agua más cara que hay es la que no existe. No tener agua es lo más caro de todo. Hay que poner un precio al agua. No puede ser gratuita porque es un bien preciadísimo.
Es necesario utilizar el agua de la forma más sostenible posible; que las fuentes de agua provenientes de agua de lluvia, de los pantanos, de los acuíferos, de plantas desalinizadoras se combinen de la forma más razonable y sostenible posible. Hay que pensar integralmente y equilibrar todas las fuentes de agua, favoreciendo que los usos que requieren mayor cantidad del recurso sean gravados para ser ajustados a su valor real. Indudablemente, la tecnología ayuda, pero no va a resolver, por sí misma, el problema del agua. También hay que huir de cultivos no sostenibles. Habilitar más regadío en países secos como España no parece muy sostenible. El regadío tendrá que ser percutido en el precio final de los productos, reflejando su coste.
Reutilización
Por su parte, la reutilización del agua, dentro de un esquema de economía circular en el que todo tiene más de una vida, resulta imprescindible y debe jugar un papel muy importante para aliviar la enorme presión sobre los recursos hídricos creada por el cambio climático, la agricultura y el crecimiento de la población en todo el Mediterráneo.
La reutilización del agua, dentro de un esquema de economía circular en el que todo tiene más de una vida, resulta imprescindible y debe jugar un papel muy importante para aliviar la enorme presión sobre los recursos hídricos.
La reutilización tiene importantes beneficios ambientales, alivia la presión sobre el medio ambiente generada por la descarga de plantas de tratamiento y es un suministro de agua confiable, más que el agua dulce que puede verse afectada por problemas estacionales. No obstante, dar nuevas vidas al agua es una práctica que está desplegada en unos niveles muy inferiores a los de su potencial debido a la falta de conciencia sobre sus beneficios, a las resistencias entre los usuarios potenciales y entre el público en general, y a la falta de una normativa que lo apoye de forma clara.
El futuro del Mediterráneo, y de todo el planeta, depende de que alcancemos un nuevo consenso sobre el agua y de que aprendamos a gestionar este recurso de una manera inteligente e integrada, construyendo así una sociedad cohesionada, participativa y sostenible. La ciencia puede ayudarnos a conocer todas las interrelaciones que están en juego y a facilitar que tomemos las mejores decisiones. El desafío climático nos obliga a una nueva visión global.
Artículo publicado en el número 231 de RETEMA