¿De beber? Agua, pero que sea reciclada, por favor
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Quizás todavía no lo sepa pero, al igual que el plástico o el papel, el agua residual de su casa también se puede reciclar. Las aguas grises y negras procedentes de la cocina y del baño son enviadas a plantas de tratamiento centralizadas (p. ej., municipales) o descentralizadas, situadas en urbanizaciones o edificios. Allí, con la tecnología adecuada y mediante procesos específicos, son purificadas. El agua resultante puede dedicarse a cualquier uso que se imagine, como limpiar las calles o regar las plantas. Con el tratamiento adecuado, hasta nos la podríamos beber.
El agua reciclada es útil para luchar contra la escasez. Su uso ayuda a reducir la extracción de las limitadas reservas de agua dulce, que suponen menos del 2,5 % del agua del planeta.
En distintas zonas de España, como en Alicante, ya se emplea para usos agrícolas, urbanos y recreativos. Y en otras zonas del mundo, como Singapur y Namibia, se emplea para consumo humano.
Sin embargo, en otros lugares del planeta la ciudadanía ha rechazado la idea de reciclar el agua, a pesar de sus garantías y beneficios. En algunos casos, después de inversiones millonarias.
Me gustaría que imaginase que en su municipio se propone reciclar el agua, ¿qué opinaría al respecto? Tanto si le pareciese bien como si no, ha de saber que hay factores psicológicos que están afectando a su decisión.
La aceptación varía según el uso
Es posible que esté de acuerdo con reutilizar el agua, pero no para todo. Existe un patrón común en la respuesta ciudadana sobre los usos que son más aceptables. A medida que aumenta el contacto físico con el agua reciclada, la disposición a aceptarla disminuye.
La mayoría de personas aceptan usar agua reciclada para limpiar las calles, pero cuando el agua toma contacto con nuestra piel, como es el caso de la ducha, la aceptación se reduce drásticamente. El rechazo es todavía más pronunciado cuando se trata de ingerir el agua.
Aludiendo a la frase “la necesidad no conoce de leyes”, se podría argumentar que este patrón no se ajusta a una persona que se encuentre bajo una situación real de escasez. En ese caso, el individuo aceptaría beber agua reciclada. Pero curiosamente, la aceptación es bastante similar en zonas con niveles opuestos de escasez, como Galicia y Murcia. Entonces, ¿por qué se reduce la aceptación cuando se incrementa el contacto?
La situación de escasez es relevante, pero nuestra percepción sobre esa escasez, más que el dato objetivo, es lo que realmente importa. ¿Se sobresaltaría ante un ruido que no escucha? Un suceso negativo no tiene repercusión si el individuo no lo interpreta de esa forma. Y aun señalándolo como negativo, sus efectos pueden percibirse lejanos en el tiempo o distantes geográficamente. Es lo que conocemos como distancia psicológica. Aunque la situación objetiva de sequía sea diferente entre regiones, lo relevante será cómo de amenazante se perciba la situación y cuán vulnerables se sientan las personas ante ella.
El agua es segura, pero no todo el mundo lo percibe
Si bien la percepción de escasez es relevante para la aceptación de agua reciclada, la principal barrera es la percepción de riesgos para la salud. Puede que sea de las personas que siente repulsión si encuentra un pelo en la sopa. Y da igual que lo retire: ya le han arruinado la comida. Cuando un elemento ha estado en contacto con un contaminante, se tiende a creer que ha adquirido sus propiedades nocivas para siempre, aunque no sea cierto.
Algo similar sucede con el agua reciclada. Aunque los procesos de tratamiento garanticen que el agua ha sido completamente purificada y que es equiparable al agua corriente, las personas activan mecanismos de protección para evitar cualquier daño potencial. Por eso, a medida que aumenta el contacto, también lo hace el riesgo percibido, limitando drásticamente la aceptación.
Pero recordemos que nuestras creencias no son estáticas. A menudo, pensamos que tenemos el control total de nuestras percepciones. Sin embargo, gran parte de ellas se forman a partir de nuestros intercambios sociales. Por ejemplo, percibiremos menos riesgos si la propuesta de utilizar agua reciclada proviene de alguien de nuestra confianza.
También tendemos a observar y a actuar siguiendo el comportamiento de la mayoría y, actualmente, los usos de bajo contacto son ampliamente aceptados. Por ello, a medida que estos usos se extiendan por la sociedad, la ciudadanía se irá familiarizando con el agua reciclada y comenzarán a reconocer sus beneficios para afrontar la escasez.
Esa percepción positiva se irá generalizando hacia otros usos del agua, marcando un cambio profundo de nuestras creencias sobre el uso responsable del agua. Puede que incluso algún día decida ir a un restaurante y pida, sin sorpresa y por costumbre, una botella de agua reciclada para beber.
Artículo de Sergio Vila Tojo, Universidade de Santiago de Compostela.