Economía circular y agua: retos y nuevas estrategias
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En los últimos años el término economía circular ha entrado con fuerza en distinto ámbitos, haciéndonos reflexionar sobre la importancia de una mejor gestión de materias primas y la valorización de residuos en todos los niveles de la cadena de producción y consumo. Si bien la economía circular parece estar más enfocada a la gestión de materiales, el mundo del agua no podía quedar al margen de esta estrategia.
Dada la idiosincrasia del agua como recurso, las prácticas de economía circular más inmediatas podrían ser la reutilización y la desalación. Ambas están orientadas a satisfacer de forma sostenible a los dos grandes consumidores de agua a nivel nacional: el uso agrícola (75 %) y el abastecimiento urbano (10 %). Además, existe un tercer “consumidor”, el acuífero, que puede ser satisfecho a través de la recarga con agua regenerada.
No obstante, frente a las acciones más obvias se impone reconocer la presencia del agua en casi todo el sector industrial y, por tanto, habría que analizar en detalle de qué manera el sector productivo se puede beneficiar al considerar al agua como un material más, sujeto a los principios de sostenibilidad propuestos por la economía circular.
El agua que no es solo agua
Con ello me refiero a la mal llamada agua residual o agua contaminada; según los principios más básicos de economía circular, se convierte ahora en una corriente enriquecida en compuestos que, en otro momento, fueron considerados de valor añadido, y que ahora, formando parte de mezclas complejas, tienen un valor intrínseco. Algunos de esos compuestos nitrogenados o fosforados pueden actuar como nutrientes para las plantas, y ya existen tecnologías –como la producción de estruvita a partir de agua residual urbana–, capaces de suministrarlo en forma granulada y lista para el consumo. Lamentablemente en nuestro país, a diferencia de lo que ocurre en otros, todavía no es legal su uso como fertilizante. Un claro ejemplo de que el cuello de botella de la economía circular no está solo en el lado de las tecnologías.
Frente a una lista concreta y bien definida de nutrientes, la mezcla compleja que suponen los compuestos orgánicos exige un cambio de estrategia con el objeto de convertir esa plétora de contaminantes en un único producto de mayor valor. Desde hace más de un siglo, depuramos las aguas transformando sus contaminantes en algo que la biotecnología moderna no dudaría en llamar biomasa microbiana, pero que la ingeniería de aguas optó por denominar con un término peyorativo: lodo o fango. Llevamos décadas intentando tratar y valorizar esa biomasa, incluso darle soluciones imaginativas como la pirólisis o la generación de material de construcción. Sin embargo, tendría más sentido explorar tecnologías donde la valorización sea más directa. Esto pasa por concebir el tratamiento de agua residual como una industria productiva y no como una destinada a degradar los elementos que la componen con el objetivo principal de generar un agua que cumpla los límites legales de vertido. Si se me permite la licencia, si recurrimos a tratamientos biológicos para tratar nuestras aguas, entonces los sistemas deben tener más de biotecnología y menos de ingeniería civil. Existen casos de éxito donde la carga orgánica es transformada en biomasa de microalgas o, incluso, en bacterias púrpuras fotosintéticas con un elevado contenido en proteína que las hace muy atractivas en el sector de alimentación animal.
Si se me permite la licencia, si recurrimos a tratamientos biolo?gicos para tratar nuestras aguas, entonces los sistemas deben tener ma?s de biotecnologi?a y menos de ingenieri?a civil.
El mundo rural como campo de pruebas
Adaptar las grandes plantas de tratamiento a estos nuevos conceptos de sostenibilidad no es tarea fácil y puede que nos lleve décadas ser testigos del cambio. Aún así, el tratamiento de aguas descentralizado en pequeñas aglomeraciones urbanas ofrece un tamaño de escala apropiado para el ensayo de nuevos conceptos de economía circular y significativo como para validar estrategias exportables a instalaciones de mayor tamaño. De hecho, el mundo rural siempre se ha regido por estrategias de economía circular de una forma natural, y está más predispuesto al reciclaje, la reutilización y a evitar el desperdicio de recursos.
Aquellas aplicaciones con buenos indicadores ambientales y econo?micos se convertira?n en nuevos nichos de negocio, generando puestos de trabajo en un entorno de sostenibilidad medioambiental.
Hasta ahora era frecuente valorar las estrategias de economía circular en el campo del agua mediante indicadores propios del sector: el porcentaje y destino de aguas reutilizadas, el uso de la energía, etc. Esta nueva disciplina solo alcanzará su madurez cuando empecemos a tratarla con parámetros de índole económica que señalen no solo la sostenibilidad ambiental sino también la rentabilidad. Herramientas como el análisis de ciclo de vida (LCA) y de costes de ciclo de vida deben ayudar a tomar decisiones de implantación. Quizás muchas de las aplicaciones creativas planteadas por científicos y tecnólogos no lleguen a ser aceptadas nunca por el mercado; pero aquellas con buenos indicadores ambientales y económicos se convertirán en nuevos nichos de negocio, generando puestos de trabajo en un entorno de sostenibilidad medioambiental.
Artículo publicado en el número 231 de RETEMA.