Colaborar, planificar, aprender,..., querer
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Cuando en 1995 estaba disfrutando de una estancia de investigación en la Universidad Técnica de Dinamarca, recibí una invitación para impartir una conferencia a mi vuelta sobre gestión de deyecciones ganaderas y biogás. Pensé en prepararla alrededor de palabras clave que definieran el éxito que estaba observando allí con las plantas de biogás centralizadas procesando deyecciones con residuos agroalimentarios. El reto era sintetizarlo en pocas palabras; creo que lo conseguí: agrupar, planificar, aprender.
Agrupar de forma coordinada la dedicación y los esfuerzos de diferentes sectores de actividad: ganaderos, agricultores, industria alimentaria, diferentes negociados de organismos públicos, industriales, ingenierías, universidades y centros de investigación. Colaborar, cooperar, también serían palabras adecuadas. Hace pocos años, en un seminario sobre el futuro del biogás en Europa, un ponente expuso que una planta de biogás y biometano era sobretodo un proyecto de personas. Efectivamente, en este tipo de proyectos intervienen muchísimas personas, con diferentes perfiles profesionales, intereses, lenguajes y formación. Colaborar en un proyecto común, de forma sinérgica y buscando la mejor solución para el otro no es simple, se necesita como mínimo predisposición y un entorno favorable.
Un previo obligado para la colaboración es la planificación, la visión compartida sobre a qué horizonte se desea llegar, saber qué papel juega cada actor, cuáles las obligaciones y contrapartidas. Esto es obvio en cualquier proyecto complejo, y lo es en los del biogás y en general la bioenergía, donde los representantes públicos son actores principales para crear el proyecto de futuro común, que además ha de ser ilusionante. Planificar a largo plazo, construir la visión a 50 años vista y definir los objetivos a corto y medio plazo son los cimientos sobre los que se pueden construir proyectos de colaboración transversales. Saber que todos los actores van en la misma dirección, sin que un poder público la trunque a medio camino, permite invertir esfuerzos sabiendo que se llegará a buen puerto.
Planificar a largo plazo, construir la visión a 50 años vista y definir los objetivos a corto y medio plazo son los cimientos sobre los que se pueden construir proyectos de colaboración transversales.
Aprender de cada acción realizada, para mejorar la siguiente y optimizar finalmente el sistema es otro requisito. Esto significa dedicar esfuerzos a la investigación y a difundir sus resultados, con las restricciones que puedan requerir algunas patentes. Que el sector productivo entre en los laboratorios de centros de investigación, para contaminarlos con sus necesidades, y que los investigadores contaminen al sector con el rigor científico de sus actuaciones, es un tipo de colaboración necesaria para aprender. Que haya observatorios estables de proyectos de bioenergía, y de lo que conlleva la gestión de materias primas y subproductos, con publicación periódica de resultados elaborados y recomendaciones, es otra necesidad para asegurar que se aprende y se mejora.
Ocho años después, en un seminario donde volví a describir las tres palabras clave, en el turno de preguntas uno de los participantes hizo notar que me dejaba la palabra más importante de todas: querer, tener el deseo y la ambición de actuar. Sin esto, no se planifica ni se coopera ni se aprende. Desde entonces utilizo cuatro palabras.
En la síntesis con las palabras clave no aparece el término tecnología. Nunca la tecnología es el limitante, lo es el trabajo de campo, conocer la realidad, aunar voluntades, organizar e implicar personas y equipos que utilizan lenguajes diferentes, definir qué se desea conseguir, cómo y en qué plazo. Al fin y al cabo, la tecnología se compra o se vende, y prioritariamente se desarrolla, pero todos los aspectos organizativos y de gestión no se pueden comprar, hay que trabajarlos cada día.
Hace demasiados años que España no cuenta con una visión a largo plazo y una planificación para cumplirla, con los planes de acción, regulaciones legales y habilitación de recursos correspondientes, y sin esto no existe un marco en el que se pueda colaborar y crear herramientas para aprender.
Llegados a este punto, uno se pregunta a qué se debe que la producción per cápita de energía del biogás en España nos sitúe terceros por la cola de la UE-28. No será la tecnología, tenemos buenas ingenierías y excelentes grupos de investigación. Ni el potencial, que lo hay. Mi respuesta es que hace demasiados años que España no cuenta con una visión a largo plazo y una planificación para cumplirla, con los planes de acción, regulaciones legales y habilitación de recursos correspondientes, y sin esto no existe un marco en el que se pueda colaborar y crear herramientas para aprender. Hay que tener la ambición de actuar y definir visión, objetivos concretos y medios; son deberes todavía pendientes para la clase política, no tan solo para el gobierno.
Artículo publicado en el número 225 Especial Bioenergía 2020